Los bellos recuerdos reclaman su lugar en la inmortalidad y esa misión parece ser la piedra filosofal de Pixar. Su ingeniería, cargada de sensibilidad, construye inexorablemente sensaciones conmovedoras y cautivadoras en el espectador que queda -irremediablemente- embargado por una talentosa y mágica historia sobre la tradición, la familia, la ilusión y, en definitiva, el tiempo, ese maravilloso conductor de nuestras vidas.

Brillante y colorista, Coco es la construcción de un día y una noche que trasciende la realidad, es el fruto de esa imaginería que enseña a ensoñar. Nunca la muerte había sido tratada desde esta memorable perspectiva.

La música es el conductor idóneo del corazón, Pixar (sabio mago) lo sabe y lo utiliza de forma divinamente eficaz y al final, la inocencia, hace todo lo demás para conseguir esa lágrima, representación eficiente de ese sentimiento que esta factoría de sueños te ha conseguido inspirar.

Me queda premiar el arte, la convicción de la artesanía elaborada con una pizca de tecnología y dos pizcas de talento sobrenatural.

Hasta la próxima, Pixar.