Si tuviera que definir esta película con una palabra diría que es, ante todo, elegante. Y es que esta película rebosa elegancia por los cuatro costados, y no por el mero hecho de que la historia se desarrolle en un entorno de lujo y sofisticación, si no por la forma de contarla, por el desarrollo de la trama, por la ambientación, por el vestuario, por la banda sonora, por Emma Thompson y, sobre todo, por ese titán de la actuación llamado Anthony Hopkins.

Tras ver Lo que queda del día puedes quedar satisfecho o decepcionado con la película, te pudo haber parecido apasionante o aburrida, entretenida o excesivamente larga, te pudo haber interesado la historia o tal vez no te haya resultado atractiva en ningún momento, pero lo que es indudable, lo que es incuestionable, es que el protagonista realiza una actuación portentosa. Siempre me ha parecido que Hopkins no tiene todo el reconocimiento que se merece siendo, como lo es, uno de los mejores actores de toda la historia. Su voz, su mirada, sus silencios, sus gestos, su expresión corporal… sus actuaciones son (en su mayoría) para admirar y quitarse el sombrero. No hay más que verlo unos segundos para darse cuenta de que transmite más con una mirada o con una sonrisa que muchos otros actores con todo un discurso.

De Lo que queda del día me llevo, en resumidas cuentas, una cuidada ambientación, una historia interesante y el recuerdo de un perfecto mayordomo que resultaba ser una compleja y reprimida persona.