No es Julio Medem un director al que siga con entusiasmo. Su potencia visual, el lirismo que caracteriza su puesta en escena, las rarezas o licencias que ponen el sello a sus guiones no me apasionan, en cierto modo me resultan ajenas.

De Medem aprecié su documental “La pelota vasca, la piel contra la piedra”, en la que, polémica incluida, reflejaba la difícil situación de una sociedad partida por el azote del terrorismo. Esta es la única película de su larga trayectoria profesional que veo con agrado.

Es original la forma de contar el pasado de sus protagonistas, con una pareja encerrada en un caserío, escribiendo sobre sus vivencias, saldando viejas cuentas pendientes y abriendo en canal unos sentimientos guardados largo tiempo que esperaban el inevitable momento de ver la luz, para desahogo de unos personajes a los que Medem retrata con irregular fortuna.

La trama se desarrolla con un ritmo que, a diferencia de otras de sus obras, no me produce la desagradable sensación de mirar el reloj, y ello pese a sus dos horas y diez minutos de metraje.

El elenco de actores hace un trabajo notable, con una Úrsula Corberó desprendiendo erotismo por los cuatro costados. La trama es compleja, enrevesada en exceso, incluso se la podría calificar en su desenlace de rimbombante o grandilocuente. Son licencias de un director singular