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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
4
Comedia. Romance Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson) son dos jóvenes norteamericanas que van a Barcelona a pasar unas vacaciones de verano. Vicky es sensible, racional y tiene intención de casarse; Cristina es apasionada y busca aventuras emocionantes; en realidad, no sabe muy bien lo que quiere, pero sabe perfectamente lo que no quiere. En Barcelona, ambas se ven envueltas en una relación poco convencional con Juan Antonio (Javier ... [+]
8 de mayo de 2010
65 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos años, dos largos años he resistido sin ver esta peli. Como un jabato, con dos cojones. Ya había tenido bastante con la patética y vergonzosa ristra de genuflexiones y besamanos de alcaldes, consellers, artistoides autóctonos y chupones varios, que trataban a Allen como al mismísimo Jesucristo en pleno trance de multiplicación, y no precisamente de pececitos: la pela és la pela, chavales (¿pues qué os habíais creído?); con tráileres y resúmenes en los que uno podía intuir que esta peli olía a desastre como el napalm huele a victoria; con comentarios y críticas de amigos y gente con solvente criterio que le inducían a uno a mantenerse alejado de ella como si su sola visión transmitiera la lepra. Pero, ¿qué puede uno hacer cuando su adorada costillita le susurra sensualmente al oído que le apetece ver cierta peli que aún no ha visto? Soy un hombre, soy de carne y hueso, soy débil. Me pilló por sorpresa y con la guardia baja, no supe qué decir. Mi resistencia se derrumbó. La vimos.

Dios mío.

A los veinte minutos ya quería que acabara, a la media hora lamenté no poder emular a Elvis y reventar la tele a tiros, cuando apareció Lady Pe supe que mi vida y la de mi costilla corrían serio peligro. Como el pobre capitán Willard a bordo de su barcaza, íbamos derechitos al corazón de las tinieblas. A ambas orillas del río no estaba Charlie, por desgracia, sino un hatajo de idiotas como pocas veces recuerdo haber visto reunidos antes, disparándonos sin descanso ráfagas de tedio e incompetencia mortales de necesidad: una pija redicha, desnutrida y estrecha que pone los ojos en blanco cada vez que oye una guitarra española, una rubia despendolada y más burra que un arado, un cenutrio hortera y peludo que dice ser pintor pero que actúa como Alfredo Landa, yendo de mesa en mesa en busca de chatis cachondas y lerdas, una maggiorata gangosa y desgreñada que parece un aterrador cruce entre Gina Lollobrigida y Leonardo da Vinci: pinta, berrea, chilla, da masajes, gesticula como un urbano, monta en bici, toma fotos cojonudas y da sonatas de Scarlatti. Lo único que le sale mal, y ya es mala suerte, es suicidarse. Nadie es perfecto, maldita sea.

No era la selva lo que atravesábamos, sino una luminosa Barcelona de lujosas villas, monumentos limpios de turistas y aseadísimas calles en que las putas se peinan en Llongueras y adoran a Picasso y Gaudí, y donde todo, hasta las meadas y vomitonas del Raval, es digno de foto y respira arte por los cuatro costados. No es extraño que los pintores malditos se paseen en descapotable “vintage” y vayan a Asturias a por tabaco en avioneta privada. Los catalanes, como todo el mundo sabe, podemos pasar sin lentejas, pero no sin nuestra ración diaria de Miró. O eso cree al menos el hombre que nos esperaba al final del suplicio, el mismo tipo que durante años ha sido un padre para mí y a quien al terminar la peli hubiera querido estrangular con mis propias manos. Así no se hace sufrir a un hijo, Woody, por calzonazos que sea.
Normelvis Bates
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