Eso es esencialmente esta película: una hermosísima historia de amor que por sí sola cautiva. Si a eso le añadimos una enorme crítica vertida contra la hipocresía de la sociedad nipona del momento (y lo que de ella ha llegado a la actualidad), imágenes para el recuerdo (los amantes crucificados del comienzo, la barca adentrándose en el lago) y una dirección realmente ágil para lo acostumbrado en el cine japonés, obtenemos película excepcional a la que no doy un diez solo por algunas situaciones y decisiones de los protagonistas a mi parecer no muy coherentes.
Incluso la música tan "especial" que suele tener el cine japonés aquí consigue realmente el objetivo de mantenerte en tensión en los momentos clave.

Mizoguchi consigue con esta película la que, por lo completo, para mí es su mejor obra, repleta por otra parte de otras grandes historias humanas y de amor (empiezo a considerarle el mejor especialista en la materia).

En definitiva, un genial director cuya ausencia de las pantallas de televisión españolas es una verdadera tragedia cultural para nuestro país.