Lo mejor que se puede decir de esta película es que sorprende. Y sorprende para bien. Para empezar, la actriz protagonista no es conocida, y eso crea una predisposición a creerte el personaje. El principio es el de un film entre existencialista y documental, con esa inmersión en las vidas de los ciudadanos corrientes tirando a pobres, tan de cine indie. Poco a poco se van precipitando los acontecimientos, generados por una especie de fatum que moviera los hilos. La estupenda interpretación de Melanie Lynskey es un punto importante, pues consigue la identificación del espectador y el choque consiguiente con las situaciones en que cualquiera se sentiría sobrepasado. Digamos que entretiene, lo cual ya es un valor, sobre todo si el guionista sabe sortear bastante bien los lugares comunes. Pero hay más, y en ese más está la reflexión sobre la vida, sobre ese "mundo" en el que la protagonista ya no se siente bien. ¿Por qué ese "ya"? ¿Se sentía anteriormente bien acaso? Pues no lo parece. No conocemos nada de la vida anterior del personaje (aparte de que tenía abuela), pero no es precisamente "la alegría de la huerta". Sin embargo, ahora, es decir, después de comprobar que existe el mal, que uno tiene que arreglárselas solo ante una dificultad, con la ayuda acaso de un vecino bastante friki, es cuando siente de verdad que este mundo no es para ella.
La película me ha recordado en algo el cine de los hermanos Cohen. Seguramente en esa mezcla entre comedia y tragedia tan característica.