Haneke tiene el defecto o la virtud de hablarnos siempre de cosas que nos inquietan. Son esos asuntos que forman parte de la vida, pero que en los que preferimos no fijarnos. Ay de aquel que se meta en una sala de cine a ver esta película con idea de "pasar el rato". Lo va a pasar, pero a base de bien. Si en "La pianista" nos hablaba del sexo, en "Fanny games" (quizás la película de horror más terrible que haya visto nunca) de la maldad y en "La cinta blanca" de la represión, en "Amor" Haneke nos abre las carnes con la decadencia física y mental. Y lo hace con una naturalidad y detalle que revive en cada uno de nosotros escenas familiares o cercanas, a la vez que nos planta delante de la cara el fantasma de la vejez, todo un tabú en la época en que vivimos. De los spots publicitarios poblados por abueletes sonrientes y vestidos de colorines pasamos a enfrentarnos al día a día de un matrimonio en el que ella pasa de pronto a una dependencia severa. No cuenta nada nuevo y el argumento es previsible, pero cada imagen es un poema y a la vez un tratado. Hay que destacar la meritoria actuación de los protagonistas. Isabelle Huppert hace el papel de una hija que representa la visión del que, aunque familiar cercano, está "fuera" de la historia, ajeno a un día a día que es incapaz de asumir ni de entender. Casi toda la acción está rodada en un piso antiguos de amplias estancias y muchas puertas, dando pie a una fotografía que recuerda las composiciones de los pintores holandeses. Los objetos forman una naturaleza muerta que actúa como un personaje más de film. Ejemplo de película "buena" de la que en ningún caso se podría decir que es "entretenida". Ni falta que hace.