El maestro Hitch se tuvo que ir a un territorio católico porque sin sacramento de la confesión no había película. Y lo encontró en un Quebec lleno de iglesias al que saca mucho partido visual. Las primeras escenas parecen sacadas de una película expresionista, con gran aprovechamiento dramático de las sombras y los brillos de las farolas reflejados en el suelo mojado. Es un buen prólogo para una película de intriga que no nos va a dejar un respiro. Que el protagonista sea un cura y la trama se sustente en el secreto de confesión dota a la historia de cierto morbo, sobre todo si hay chica guapa en medio y más si nos ponemos en la época. Montyh Clift encarna a un cura joven, veterano de guerra y muy cargado de sex appeal. Por lo demás, los elementos argumentales que se utilizan para situarle como sospechoso principal son un tanto forzados. El "malo", como ya ocurre en otras películas del autor de esta época, está muy caricaturizado (para más inri es alemán). Ah, no faltan Karl Malden y su personal nariz realizando un buen papel de policía. No falta en realidad de nada: intriga, imágenes bellas y eficaces, ritmo apropiado y música al servicio de cada situación.