20 de marzo de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hombre malo, hombre bueno, y en el vértice la dulce e indefensa vestal. Esta es una de la Bergman (aquí se llama Paula, nobre extraño para una heroína) que se echa un novio y le lleva a vivir a un caserón lleno de recuerdos de su infancia y juventud. Al novio se le va viendo cantidubi el plumero, con la consiguiente congoja de la tal Paula y del propio expectador, que asiste a las sucias estratagemas que la perturban hasta el punto de pretender volverla loca. El ambiente es victoriano, gótico, obsesivo y angustioso hasta la nausea. La fotografía y la puesta en escena están muy bien cuidadas. La Bergman hace su papel de víctima con solvencia y Charles Boyer (el "no te enrolles charlesboyes" de nuestra infancia) se esmera en sus muecas de malo malísimo. Luego aparece joseph Cotten encarnando a un poli bueno y atento. Del desenlace qué quieren que les diga. Pero es lo de menos. Lo demás es esa lucecita de gas que languidece y perturba el ánimo de la chica de nuestros sueños. Pobrecina, cómo inquiere una respuesta a la cocinera sorda y beatífica y a ese caballo percherón en forma de doncella que su maridito la ha encasquetado. Qué poético el gas. Cuánto hemos perdido con la bombilla incandescente de ese tal Edison.
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