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Voto de claquetabitacora:
8
Comedia La obra maestra de Harold Lloyd. La escena del genial cómico escalando un edificio supone uno de los momentos más grandes del cine mudo, y su clímax -Harold colgado de las manillas del reloj- sigue siendo una de las escenas estelares de la historia del séptimo arte. (FILMAFFINITY)
13 de abril de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título más famoso de Harold Lloyd no nació para ser plasmada tal y como la conocemos hoy día. La idea principal (o mejor dicho la única idea) con la que partía la historia se centraba en Bill Strothers, un actor famoso por su don de escalar edificios y que en Los Ángeles era conocido como “la araña humana”. Fue tal la admiración de Lloyd por su espectáculo que, cuenta la leyenda, lo esperó en el tejado de un edificio para que participara con él en la película. El show de ese ascenso tan espectacular era simplemente la idea. El resto de elementos, entramados y demás se fueron creando y añadiendo a posteriori. Porque en sí esa es la intención principal de “El hombre mosca”: el sueño americano, ascender en el trabajo, lograr los objetivos, conseguir los propósitos, todo lo concerniente a alcanzar lo que uno desea y así comienza el periplo de nuestro protagonista. Sin ir más lejos todo empieza con Lloyd dejando a la familia y a la novia para ir a la gran ciudad a conseguir un empleo estable y así poder casarse con su prometida. Pero del dicho al hecho va un trecho y como es lógico América está lejos de ser la tierra de las oportunidades y tanto Lloyd como Strothers son dos mindundis que comparten piso sin apenas dinero en el bolsillo para poder mantenerse. Es impagable la forma en cómo intentan esquivar el pago de la casera.

Uno de los elementos recurrentes que tanto Lloyd como Sam Taylor (uno de los dos directores de la película) utilizan aquí es guardar las apariencias. Sin ir más lejos nuestro héroe intenta hacerle creer a su novia que le va perfectamente en la empresa siendo un alto cargo y así sucederá durante todo el metraje. Ya sea mediante carta o ante la presencia de su prometida el engaño y el hacer creer que la situación está controlada, incluso haciéndose pasar por el jefe del centro comercial, es uno de los leitmotiv de la película. La dirección, la puesta en escena, el uso perfecto tanto de decorados como del tiempo narrativo son pequeñas muestras de un trabajo conseguido. Porque junto con el intento de conseguir un trabajo duradero y estable se encuentra el consumismo sin precedentes en forma de señoras descontroladas dentro de una vorágine de compras compulsivas y sin freno. Divertidísimo el momento donde despojan de la chaqueta a Lloyd en un arranque de ansía furiosa y que demuestra la hipocresía de las normas establecidas donde el gerente lo reprende por no hacer bien su trabajo mientras obvia la situación de su empleado pues es dinero lo que prima e importa por encima de todo.

Otra crítica que a través de la comedia de situación toma fuerza y conciencia es aquella donde Lloyd envía joyas a su novia para hacerle creer que su estatus social es de clase media alta cuando realmente lo que está haciendo es privarse de comida. El momento en la joyería donde el comerciante se frota las manos como un avaro y por cada moneda depositada desaparece un plato del menú es una plasmación de cómo el consumismo domina tanto al rico como al pobre pues acaba primando la apariencia sobre la necesidad. El plano final, donde el protagonista no tiene nada que llevarse a la boca pero se abrocha el cinturón con un agujero menos, deja la crítica por cerrada donde apenas un par de escenas bien orquestadas y expuestas constituyen un claro ejemplo que para aparentar hay que sufrir (e incluso sacrificar). Lloyd dominaba cada vez más la narrativa y la comedia de situación cargada de un humor aplastante pero mucho más sutil que la que nos tenían acostumbrados tanto Chaplin o Keaton, sin desmerecer ni mucho menos el arte y cinematografía de estos dos maestros absolutos de la comedia y el slapstick. Escenas como la forma en cómo planifica todo para poder llegar puntual al trabajo donde un metro concurrido o una ambulancia son vehículos idóneos para la comedia bufa (perfecto el uso de la cámara en primera persona para transmitir el ajetreo constante de la gran ciudad). O cómo manipula el reloj haciéndose pasar por maniquí junto con las estrategias del momento para enseñarle a la novia el despacho del jefe y hacer creer que es el suyo son tan sólo pequeñas muestras del ingenio de un artista nacido para la comedia de alta categoría.

Pero si por algo será recordado para la posteridad “El hombre mosca” es por la escena final y que sirve como ejemplo de la planificación, orquestación, dirección y puesta en escena del ascenso del edificio. Sin trucos ni efectos, al más puro estilo de los mejores funambulistas y contando con el propio Strothers como doble en los planos generales, Lloyd consigue el mejor episodio espectáculo del cine silente en mucho tiempo, todo un referente al respecto para el cual tan sólo se emplearon colchones como elementos de prevención (aún siendo un decorado) y que consigue que la tensión, la comedia y la situación del momento fluyan en un espectáculo circense de muchas pistas reconvertido en un tour de force frenético y un ejercicio de estilo inimitable. Recurriendo a elementos comunes y a animales como ratones o palomas para crear la dificultad requerida, la escena de Lloyd colgando de las manecillas del reloj se acabaría convirtiendo en un icono del séptimo arte y una plasmación de la dificultad simbólica de la vida diaria por conseguir mantenerse en el frenético mundo del trabajo. Una vez más el slapstick, la comedia bienintencionada, la inocencia del personaje y las aptitudes inmejorables de Harold Lloyd acabaron concibiendo una de las obras maestras del género en particular y del séptimo arte en particular.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/04/13/critica-el-hombre-mosca-fred-c-newmeyer-sam-taylor-las-apariencias-del-ascenso/
claquetabitacora
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