"Ciudad de Dios" es sin duda una de las mejores películas de los primeros compases de siglo por varias razones. Su montaje es buenísimo. Mediante la narración llevada a cabo en primera y tercera persona, intercalándose una con la otra, da la sensación de que Buscapé, el protagonista (o al menos el personaje con en el que el espectador puede encontrar más afinidad y sentir más simpatía), te está contando los hechos a tí mismo, con expresiones como ..."pero su historia no la contaré todavía..."
La historia de "Ciudad de Dios" es, al parecer, muy parecida a la de otras películas de mafiosos, pero que parte con una clara desventaja: la ausencia del ambiente glamouroso que acompaña, por ejemplo, a historias del hampa de norteamérica. Este clima de elegancia es imposible en esta historia, pero Meirelles juega sus bazas a la perfección y nos plantea una historia absolutamente absorbente y con un ritmo extraordinario, que acompañados de excelentes interpretaciones y escenas de gran dureza, nos dejan una cinta perdurable.