El principal aliciente para ver El mundo nunca es suficiente es la secuencia del comienzo filmada en Bilbao en los alrededores del museo Guggenheim. La escena inicialmente iba a ser más larga pero tuvo que suspenderse por culpa del mal tiempo y la imposibilidad de controlar a un gran número de curiosos que fuimos a ver los preparativos de la misma. Una secuencia que por otra parte no es muy espectacular y sí algo ridícula, sobre todo, cuando los municipales bilbaínos irrumpen en la oficina después del jaleo organizado por 007. Un James Bond que escapa cruzando el puente de la Salve, no sé a donde porque por ahí no se va a ningún sitio.

Una vez vista la esperada y decepcionante escena en Bilbao, la película vuelve a la rutina con un argumento repetitivo calcado al de otras entregas. El personaje del malvado recae esta vez sobre el todoterreno Robert Calyle, que interpreta a Renard, un tipo que no siente ningún dolor porque lleva alojada en el cráneo una bala. Las chicas Bond no están nada mal: Tenemos a una imposible científica rusa encarnada por Denise Richards, que más que una científica tiene pinta de actriz porno. María Grazia Cucinotta es una voluptuosa y mortífera asesina y Sophie Marceau que es la hija de un magnate asesinado. Desmond Llewelyn interpretaría por última vez al mítico Q, ya que falleció ese mismo año en un accidente de coche. Aunque en la película nos presenta a su torpe sustituto encarnado por John Cleese como si de una premonición se tratara.

El tema principal está interpretado por la banda americana Garbage que por aquella época era muy popular, aunque su canción no vale nada. El filme en líneas generales tiene bastante acción pero es uno de los que menos me gustó de la franquicia Bond. Es el más aburrido y eso que escenas de acción no le faltan, pero están filmadas sin ningún tipo de originalidad como casi siempre.