En esta obra, el bueno de Woo ya da buena muestra de lo que será su constante en su periodo asiático. Esto es, historias melodramáticas mezcladas con explosiones de violencia, con personajes que se mueven entren la linea del bien y del mal, donde por encima de todo resaltará el poder de la amistad y un poderío visual donde comenzaba a destacar su composición de planos y el uso de la cámara lenta para las escenas de acción.

Para empezar, se nos presenta al protagonista y a su compañero de infortunios como los reyes del mundo. En relativo poco tiempo, y después del clásico “último trabajo antes de dejar la organización”, serán desposeídos de todo cuanto tenían, y comenzarán un camino de venganza y redención, cada uno a su estilo. Mientras uno de ellos solo desea dejar el pasado atrás y conseguir el perdón de su hermano, poli para más señas, el otro se obsesiona con recuperar el esplendor de antaño. Redención y venganza, que cité antes.

Es en esa mitad del metraje donde la cinta adquiere sus mejores momentos, con unos cuantos conflictos personales entre los personajes, que ven desplazados sus relaciones con respecto al inicio de la película.

Desgraciadamente Woo peca de algunos defectillos imperdonables, que iría corrigiendo con cada nueva película que estrenará, como es ese final algo fascista, algunos personajes poco aprovechados y ciertas situaciones poco acordes con el filme.

Aunque, por encima de todo, lo que más se hecha en falta son más planos de palomas volando. Eso es imperdonable.