Agatha Christie es una de las escritoras más prolíficas y adaptables, con toda la razón, a las pantallas (grandes y pequeñas), de modo que es raro no encontrar versiones televisivas y cinematográficas de sus obras de toda clase y condición. Desde series cutres a filmes de alto standing. De estas últimas, las premium, hubo hace ya algunos años (muchos, yo las ví de pequeño), una especie de tirada especial de películas no relacionadas entre sí (unas eran con Hercules Poirot, otras con Miss Marple; unas con Peter Ustinov, otras con otro señor de bigote) pero que reunían a elencos estelares de verdad, con cinco o siete celebridades de la época, desde Elisabeth Taylor hasta Ingrid Bergman pasando por Sean Connery o Bette Davis.

Una vez puede ser casualidad, pero dos veces en cinco años deja ver un patrón así que tiene pinta de que un estudio, productora o plataforma tiene la intención de reeditar esa serie de películas fichando a los actores más populares de hoy en día. Tras la remasterización de “Asesinato en el Orient Express”, llega “Muerte en el Nilo” con el aliciente de que, ahora sí, hay cierta cohesión al conseguir mantener a Kenneth Brannagh como Hercules Poirot lo que, unido al tono común en cuanto a ambientación y ritmo, permite ver a las dos películas como parte de un todo y aprovechar sinergias estructurales. Tampoco se ha escatimado en nóminas: al susodicho Brannagh se unen estrellas como Gal Gadot, Armie Hammer o Annette Bening y caras muy conocidas como Sophie Okonedo, Rose Leslie o Russell Brand.

Así las cosas, “Muerte en el Nilo” no puede defraudar. Si no se ha visto previamente, la trama es tan fascinante como de costumbre y si, en la versión de los setenta, los exteriores egipcios eran deslumbrantes, en el remake, con todos los filtros y capacidades digitales, ahora son sobrecogedores. Sólo por eso, la película se ve sin problema y con agrado. Incluso teniendo en mente la referencia de su predecesora, la nueva versión no sale mal parada: toma lo mejor y añade de su cosecha elementos totalmente innecesarios (el prólogo de Poirot en la guerr o la presentación de Gal Gadot) pero de gran impacto visual que ni aportan ni dejan de aportar, pero casi resultan agradables. Incluso las manipulaciones inclusivas (este personaje afroamericano, este otro LGTBI+, un musulmán por aquí…) se admiten sin demasiado esfuerzo por motivos comerciales, más que ideológicos.

De hecho, sus principales defectos no proceden de las odiosas comparaciones sino curiosamente, de elementos más prosaicos. Fundamentalmente, las interpretaciones. Por un lado son desiguales y mal planteadas: es una temeridad poner a Tom Bateman o a Russell Brand a compartir plano con Benning o Hammer. Por otro lado, da la impresión de que no se han alineado criterios entre los actores, de modo que unos están en modo drama teatral y otros en modo vedette. Entre todos, el de Gadot resulta absolutamente magnético por su naturaleza e indescifrable por su estructura. El cemento de la historia es el personaje de un Poirot muy creíble en la piel de Brannagh pero que se hace antipático por hacerle parlotear tooooodo el tiempo, ya sea en interacciones con otros personajes o hablando sólo todo el rato de sí mismo. Un yo-yo-yo-yo continuo e innecesario. Y en cuanto al formato, las mismas dudas que hay entre los actores se aprecian en la dirección del propio Brannagh, siempre a caballo entre la artifiocisodad del teatro y la grandiosidad del cine. Sabe conseguir la inmersiva sensación de meternos en un crucero por el Nilo o en el tempo de Abu Simbel, para, a continuación, romper la magia y llevarnos a una butaca a ser espectadores de una escena típica de «Usted tenía un arma y un móvil, pero no pudo ser por ésto y aquello; en cambio usted va de bueno pero es un mal bicho…».

No sé. Disney+ la tiene catalogada como “Opciones para ver esta noche” y no es mala elección. Pero como dije en la crítica de la nueva “Asesinato en el Orient Express”, me sigo quedando con la original. Una cosa no quita la otra.