Yo creo que la gente - la del mundo del cine y la otra - es libre de invertir su dinero en aquello que piense que le puede reportar beneficios, aunque eso implique ir a lo fácil y buscar más lo práctico que lo artístico, olvidarse de innovar y reutilizar viejas fórmulas conocidas y seguras. Luego ya está el público, que a la hora de pagar una entrada no es tan tonto como se piensan algunos, para decidir si hay honestidad en el intento o es una simple tomadura de pelo para sacarle los cuartos. El público… y los críticos aficionados como yo, claro, que argumentamos por escrito si la película está hecha pensando en aportar algo, en recaudar dinero a cambio de entretenimiento o en recaudar dando gato por liebre.

Esta enésima revisión de Blancanieves - a la que nos referiremos a partir de ahora como “Mirror, mirror”- entra en la categoría de las versiones facilonas sacamantecas. No hay una pretensión de ofrecer algo nuevo en el plano artístico o narrativo, simplemente se quiere recortar gastos en materia de guion y apostar por algo que siempre suele funcionar, introduciendo elementos diferenciadores en factores secundarios como el uso del color, el atrezzo, el vestuario, el arte conceptual y la perspectiva de género. En la parte postiva, la escenografía es minimalista y elegante, muy de revista del corazón tipo “Hola” y el uso del color tiene clase, jugando con un acertado contraste entre el gris del pueblo miserable, el blanco de las nieves eternas y el dorado de los ricos. También la introducción es bastante buena, cuenta una historia complicada, sin fisuras, en el poco tiempo que se le dedica

En la parte negativa, todo lo demás. La innovación en elementos de quinta fila conduce a situaciones ridículas como que los siete enanitos no son mineros sino gadgetoenanos con conciencia social y la adecuada diversidad racial. Mi favorito es el enano cowboy (?). El Príncipe viene de Valencia (¿de la tierra de las flores de la luz y del amor?) y como se trata de una versión inclusiva, no rescata a Blancanieves, sino que Blancanieves es una muchacha empoderada que se salva ella solita con su ingenio y tiene muchas más luces que el príncipe más simplón que recuerdo. Pero sobre todo tiene el problema de que es una película hueca, donde todo sucede por la rutina de seguir los pasos que todos conocemos y el único papel trabajado es el de la Madrastra, por aquello de que otra “innovación revolucionaria” es que la historia está narrada desde su perspectiva. Ah, que no se me olvide, en el proceso de diseño alguien debió pensar que un elemento común de estas películas es el humor, por lo que se fuerzan algunos gags pésimos y anticlimáticos.

Os la podéis ahorrar, de verdad. Sabedora de que su única baza es la puesta en escena, ahonda en el error de acumular elementos y más elementos de atrezzo y escenas de supuesta comedia pero, a medida que avanza la película, la patochada degenera en bochorno y el bochorno en ridiculez. Y en vergüenza ajena. Nivel de truño: envoltorio de Ferrero Rocher, pero por dentro es un truño.