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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Drama. Thriller Han pasado 20 años desde que Mark Renton abandonara Escocia, y la heroína. Ahora, Renton vuelve a su Edimburgo natal con el objetivo de rehacer su vida y reencontrarse con sus amigos de toda la vida: David "Spud" Murphy, y Simon "Sick Boy" Williamson; al mismo tiempo que Francis "Franco" Begbie sale de la prisión con sed de venganza.... Secuela de 'Trainspotting' (1996), basada en 'Porno', la siguiente novela de Irvine Welsh. (FILMAFFINITY) [+]
1 de marzo de 2017
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al final de la primera 'Trainspotting', estaba la sensación de que todo lo que había pasado sería pasajero.
Renton, Spud y todos los demás eran balas perdidas del extrarradio, gastando su rutina pastilla a pastilla, pero cuando acabara su juventud encontrarían una vida en la que centrarse, un trabajo mal pagado por el que madrugar, y quizás una esposa a la que mantener. Tarde o temprano, todo el mundo lo hace.
Su crisis de amistad por dinero sería el recuerdo peregrino que todos olvidarían, y la sonrisa final de Renton dejaba sabor a final de etapa.

Por eso es tan jodidamente interesante que 'T2 Trainspotting' les encuentre en el mismo momento vital, dos décadas después.
Los años se han esfumado, pero todo sigue siendo lo mismo: si antes eran veinteañeros atrapados en sus frustraciones, ahora son cuarentones definidos por ellas. No hubo metas realizadas, no hubo glorias alcanzadas, el tiempo estableció una promesa que nunca se pudo pagar.
Renton vuelve a casa, al yacimiento fosilizado de su juventud.
Sick Boy, perdón, Simon (qué mala educación llamar a un hombre mayor así) se quedó con un pub entre la nada y ninguna parte, monumento decadente a una nostalgia que se resiste a morir.
Begbie destiló su rabia y rencor en años de cárcel, mientras su hombría era lo único que le quedaba.
Y Spud, el quizá demasiado tierno Spud, mastica su soledad y fracaso en cada eterna hora de la madrugada.

Una cosa que queda clara viendo esta secuela (y las bastante poco pensadas críticas diciendo que "repite la primera") es que nadie tenía claro de que iba 'Trainspotting'.
No era una visualización espectacular del mundo de las drogas (que también), no era una macarrada con más desfase que fondo, y tampoco era un alegato cínico contra las personas sanas que no se saltan ni una comida baja en grasas o día de piernas. Todas estas impresiones superficiales han contaminado la imagen de la primera parte, que en su más "reflexiva" secuela se permite mostrar su verdadera naturaleza.
'Trainspotting' y su continuación son un inestable, histérico y rápido, rapidísimo retrato de la Vida, en mayúsculas, con toda la inestabilidad, histerismo y rapidez que siempre ha tenido, mientras un puñado de infelices tratan de consumirla antes de que les consuma a ellos.
Pero es una droga tan pura, tan bien cortada, que la única manera de afrontarla es engancharse: a correr cada mañana hasta echar los pulmones, a liarse a puñetazos con cualquiera, a manipular ricos pervertidos, a fundirse el dinero en coca, a ver antiguos amigos solo por comprobar si están peor que tú, a mirarte al espejo cada noche preguntándote qué haces con tu vida, a hablar toda la madrugada de los viejos tiempos, a postear desde tu primera paja hasta tu último aliento... no se juzga ninguna adicción.
Todas están permitidas, mientras te permitan soportar esta espectacular mierda que es la vida (espectacular, pero mierda al fin y al cabo).

Esta historia analiza justo el momento de después, aquel en el que sus protagonistas se han metido todo lo que han podido... y nada ha dado resultado.
Volver a pillar dinero para otro proyecto imposible parece la clase de locura que devolverá el delicioso riesgo a sus muy maduras vidas, y por eso allá que lo vuelven a intentar, tropezando de nuevo con las mismas piedras, tomando cada una de las antiguas y equivocadas decisiones.
No lo pueden evitar, es así: parecería que estamos condenados a ver al adolescente que fuimos adelantándonos una vez más, mientras intentamos seguir su ritmo, recuperando un aliento que nunca tendremos.

Sí, la nostalgia funciona cual droga, como autodestrucción, pero también como disfrute: el cuarteto de caraduras rememora sus mejores momentos, exprimiendo una vida que nunca ha sido menos mierda que cuando ellos estaban juntos, difuminando el dolor de lo trivial (una buena hipoteca, una mierda de curso online) entre explosivos chutes de adrenalina al borde de mandarlo todo a la mierda.
Fundirse miles de tarjetas de crédito en cajeros, cantar a grito pelado en una convención de anticatólicos, hasta huir de la furia asesina de Begbie son esos islotes de desordenado placer a los que Renton, inmovilizado en una existencia acomodada, da una calurosa bienvenida.
Y es que a eso queda reducida la vida, cuando todas las adicciones son insuficientes: a proyectos imposibles que intentan resurgir de las cenizas de una nostalgia maltratada, entre cuatro tipos a los que su entorno ha dejado atrás, porque no pueden volver a ser los jóvenes que eran.

Quizás la solución sea entregarse a esa misma vida sin control, dejar de domarla con chutes adulterados, y aceptar las heridas que les va a acabar dejando, porque no subieron a todos los trenes de oportunidades desperdiciadas.

Ojalá te valga su historia para que elijas, y elijas bien.
Elige intentarlo una y otra vez como ellos, hasta que vuelvas a cometer exactamente los mismos errores. Todo el mundo lo hace, por mucho que crean que no.
Elige una elección que ya está tomada, que te ha elegido a ti y no al revés.
Y, si puedes, elige saber que la vida es una mierda. Pero no elijas que te digan cómo debes tomártela.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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