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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Ciencia ficción. Thriller El futuro, en una distopía. Dos personas por nivel. Un número desconocido de niveles. Una plataforma con comida para todos ellos. ¿Eres de los que piensan demasiado cuando están arriba? ¿O de los que no tienen agallas cuando están abajo? Si lo descubres demasiado tarde, no saldrás vivo del hoyo.
29 de marzo de 2020
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ojo ahí.
Una de las propuestas más rompedoras, descarnadas e ideológicamente potentes que hayan salido de la cinematografía española en los últimos años.
En un mundo ideal, después de una exitosa carrera comercial en la que ni dios en la península habría ignorado su existencia (¿equipo publicitario de Bayonas y "prodijios", dónde estáis?), estaríamos hablando de un próximo asalto al mercado internacional, que dirigiera la mirada a otro tipo de talentos autóctonos. Como somos lo que somos, hemos de conformarnos con un jugoso recorrido en festivales y una extendida difusión por Netflix: bueno, menos da una piedra.

La película en sí, no deja de ser un artefacto, pulcramente diseñado.
Más brillante en su inteligencia y estructura que en su corazón o gancho emocional.
Pero oye, menudo artefacto. El corazón lo puedo dejar para otro momento, si se ponen tantas tripas y huevos sobre la mesa.

'El Hoyo' marca claras sus reglas al empezar: quédate en la fila vertical, arrasa con lo que veas, generoso no debieras ser, y consuélate que más abajo no vas a estar (por ahora). Eso sí, échale un ojo al vecino, mira de reojo a los cabronazos de arriba, y agárrate al último milímetro de personalidad que te llevaste al agujero, con todas las uñas y dientes que tengas.
El protagonista Goreng se llevó el Quijote, su compañero de cuadrilátero Trimagasi el cuchillo de cocina plus que por la televisión le malvendieron, y ya hay ahí dos maneras de entender el mundo, que nadie te dice si mejor o peor, pero... allá tú si en trinchera quieres disparar bolas de papel.
Cada día, un banquete desciende de los cielos, tan rococó su diseño que ya provoca repulsa, obviando ("obvio") los rastros cerdos de pies y manos, pero tienes que comer, porque no sabes cuándo te verás en otro igual, y a los de abajo que les jodan, morirse de hambre les ha tocado por estar donde no han elegido estar.

Putísima angustia, oiga.
Galder Gaztelu-Urrutia convierte cada toque de la plataforma bajando en un retortijón directo a las venas, y te acabas dando cuenta de que en el Hoyo no mata siempre el hambre o una mala contestación de tu compañero, sino el hastío o la desesperación.
Que estamos todos en el mismo barco, pero nos negamos a remar. Y en vez de mostrar piedad o compasión, las acciones de otros han recrudecido tanto nuestra consciencia que bastante tenemos con salvarnos de nuestra culpabilidad, bajo pena de perder totalmente la cabeza.
La tragedia en segundo plano es que el Quijote reverbera sus lucha contra molinos gigantinos por el hueco de los bloques, pero ya nadie se molesta en leer, mucho menos en acometer difíciles empresas que requerirían más templanza que amenazas.

Por eso el retrato de la revolución es encomiable aquí, en tiempos de mojigatismo, policorrectismo o bienquedismo: a hostias, contra la pared, sin rehenes.
Un recorrido directo al infierno que nos deja pequeños vistazos a cada estamento de miserabilidad social, donde más importa pensar que es el de al lado nuestro enemigo, en lugar de quien mantiene los hornos de la cocina funcionando.
Bravo porque todavía se puedan lanzar mensajes incendiarios en la ciencia ficción especulativa.

Y poco más.
Lo mejor es verla, lo peor es pensar cómo imita la vida real.
Pero cascarte un espejo y obligarte a mirar siempre debería ser motivo de celebración en el arte, cualquier arte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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