Media votos
6,2
Votos
3.741
Críticas
1.065
Listas
1
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Charles:
8
7,0
47.088
Ciencia ficción
Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto profundamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años. (FILMAFFINITY)
7 de octubre de 2017
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Infinitos campos de energía solar se extienden para un sol que no está.
En una casa carente de vida borbotea una olla a fuego lento, metáfora perfecta del frío enfrentamiento entre el propietario y su silencioso visitante.
La situación podría recordarnos a otra del pasado, solo que en vez de mutua comprensión hay violencia bruta y una punzante acusación: "haces esto porque nunca has visto un milagro".
Aquellas cosas que no creeríais se contaron en 2019, y esto es 2049.
'Blade Runner 2049' empieza estableciendo que vivir con miedo ha pasado a ser común, y con ello dinamita la modesta esperanza de su anterior capítulo, por el cual la vida orgánica podría empatizar con la vida replicada.
Ya han comprendido, ya les dejan vivir entre ellos, hostigados y fuertemente controlados, pero viven. El esclavo acaba agradeciendo a su amo, porque sin él su existencia no tendría sentido.
Asimismo, el paisaje urbano ha mutado: ya no se compone de las monumentales estructuras divinas de antaño, sino que ahora se asemeja a una bestia letárgica e infinita, poderosamente recortada entre la niebla, alojando millones de pequeñas luces donde sus habitantes buscan placer carnal anunciado en hologramas, que conquistan cada rincón disponible (la mayor ironía tecnológica, prometer calor y deseo con luz fría y cables).
Ya no es que haya maltrecha humanidad entre la futurista frialdad, sino que todo forma parte de un mismo océano gris que se funde con lo artificial, donde se ha perdido la noción de algo real.
En este panorama, el Agente K desentierra unos huesos del pasado que guardan la pista de un milagro inesperado, quizá la última posibilidad de localizar "alguien con alma", ese raro concepto de otros tiempos y otros nacimientos; una noticia que para el omnipotente empresario Niander Wallace significa el próximo glorioso paso de una humanidad decadente que ya ha dejado de intentarlo.
Pronto se hace sentir la magnitud del posible descubrimiento: encontrar algo así sería adelantar definitivamente a la naturaleza en el propio terreno que nos ha legado, demostrando que en este planeta solo caben Dioses autosuficientes que no necesitan nada de ella.
Ya esquilmamos toda fuente de energía, crecemos nuestras propias proteínas, por qué no vamos a poder encender nuestro propio fuego de Prometeo.
Lo más interesante es que, mientras Niander Wallace ansía ese gran paso y la investigación policial se dirige a localizarlo... a pie de lluviosa calle, en ruinosos edificios o dionisíacos despachos, somos testigos de remedos de humanidad asomando entre conjunto prefabricado, dejando patente que tanto personas como replicantes se sienten incompletos, aunque carezcan de sensibilidad para averiguar por qué.
Por ejemplo, K es incapaz de no volver a la tumba de los huesos, buscando un motivo más profundo donde antes creía que solo había simple supervivencia, y la replicante Luv, asistente de Wallace ("mi mejor ángel" la llama él), no puede reprimir una lágrima cuando habla de sentirse deseada, y se da cuenta de que nunca podrá experimentarlo aunque su inocente programación intente flirtear casualmente.
Pero sin duda la mayor prueba de que lo sintético le gana la partida a lo real es una inteligencia artificial como Joi, una ilusión de compañera para K, que ve el valor y la hermosura en todo lo que la rodea, y tan sólo su condición de fantasma translúcido nos recuerda que no pertenece al mundo, aunque desearíamos tanto como él que habitarlo pudiera.
Si nuestro precio por ser dioses es construir tristes imitaciones de vida sin llegar a completar lo que la hace única, nos merecemos este porvenir sin salida.
¿Y dónde encaja Rick Deckard en este futuro que no se parece en nada al que conociera?
'Blade Runner 2049' toma una aproximación fascinante a su original, equiparándola a un cuento fantástico que alumbra misteriosa esperanza en un futuro incierto, y reconocer cualquier detalle, sonido o rastro de él es casi como buscar el milagro que tan constantemente se nos recuerda: siguiendo esos pasos debe estar, ahí debe ser donde se encuentre, entre esas lágrimas en la lluvia.
De entre todas las maneras que se le podría haber recuperado, Deckard se queda con la más interesante, ni figura mítica ni aliado burlón, sino anciano consciente de sus errores y debilidades, que en las ruinas del viejo mundo rumia su decepción con replicantes y humanos que no aprendieron a compartir sus mutuos milagros.
No es el intrépido detective que fuera, y hasta en eso hay una intención: en este futuro no quedaban héroes, y todo acto heroico ha sido fruto de desesperación o de diseño.
Así, el motivo de existencia de esta secuela se centra en ese acto de sacrificio que alguien, llegado el momento, podría llevar a cabo tan sólo porque siente que debe hacerlo (no porque haya sido programado para ello); y yo que agradezco un diálogo tan fluido con su original, preguntando qué es tener alma, y formando respuestas que calan en el sentimiento.
Porque podremos asfixiarnos y aceptar vidas prefabricadas, aún sabiendo que existen idílicas colonias exteriores, aún soñando con recuerdos que nunca existieron, aún comiendo fideos sintéticos y deseando cariños que a través de un interfaz se dieron.
Pero todos, replicantes o humanos, seremos capaces de salirnos de la norma que nos dictan, sólo porque creeremos que merece la pena hacerlo.
Algo así de extraño es la condición humana, que sigue sin poderse configurar, en 2049 o más allá.
Los milagros suceden, no se pueden replicar.
Y me tranquiliza pensar que vayan a seguir sucediendo, aunque sea en este futuro naranja radioactivo, para que gigantescas estatuas a nuestra soberbia y quebrados espectáculos musicales dirigidos a nadie no sean el único recuerdo de una humanidad que perdimos.
En una casa carente de vida borbotea una olla a fuego lento, metáfora perfecta del frío enfrentamiento entre el propietario y su silencioso visitante.
La situación podría recordarnos a otra del pasado, solo que en vez de mutua comprensión hay violencia bruta y una punzante acusación: "haces esto porque nunca has visto un milagro".
Aquellas cosas que no creeríais se contaron en 2019, y esto es 2049.
'Blade Runner 2049' empieza estableciendo que vivir con miedo ha pasado a ser común, y con ello dinamita la modesta esperanza de su anterior capítulo, por el cual la vida orgánica podría empatizar con la vida replicada.
Ya han comprendido, ya les dejan vivir entre ellos, hostigados y fuertemente controlados, pero viven. El esclavo acaba agradeciendo a su amo, porque sin él su existencia no tendría sentido.
Asimismo, el paisaje urbano ha mutado: ya no se compone de las monumentales estructuras divinas de antaño, sino que ahora se asemeja a una bestia letárgica e infinita, poderosamente recortada entre la niebla, alojando millones de pequeñas luces donde sus habitantes buscan placer carnal anunciado en hologramas, que conquistan cada rincón disponible (la mayor ironía tecnológica, prometer calor y deseo con luz fría y cables).
Ya no es que haya maltrecha humanidad entre la futurista frialdad, sino que todo forma parte de un mismo océano gris que se funde con lo artificial, donde se ha perdido la noción de algo real.
En este panorama, el Agente K desentierra unos huesos del pasado que guardan la pista de un milagro inesperado, quizá la última posibilidad de localizar "alguien con alma", ese raro concepto de otros tiempos y otros nacimientos; una noticia que para el omnipotente empresario Niander Wallace significa el próximo glorioso paso de una humanidad decadente que ya ha dejado de intentarlo.
Pronto se hace sentir la magnitud del posible descubrimiento: encontrar algo así sería adelantar definitivamente a la naturaleza en el propio terreno que nos ha legado, demostrando que en este planeta solo caben Dioses autosuficientes que no necesitan nada de ella.
Ya esquilmamos toda fuente de energía, crecemos nuestras propias proteínas, por qué no vamos a poder encender nuestro propio fuego de Prometeo.
Lo más interesante es que, mientras Niander Wallace ansía ese gran paso y la investigación policial se dirige a localizarlo... a pie de lluviosa calle, en ruinosos edificios o dionisíacos despachos, somos testigos de remedos de humanidad asomando entre conjunto prefabricado, dejando patente que tanto personas como replicantes se sienten incompletos, aunque carezcan de sensibilidad para averiguar por qué.
Por ejemplo, K es incapaz de no volver a la tumba de los huesos, buscando un motivo más profundo donde antes creía que solo había simple supervivencia, y la replicante Luv, asistente de Wallace ("mi mejor ángel" la llama él), no puede reprimir una lágrima cuando habla de sentirse deseada, y se da cuenta de que nunca podrá experimentarlo aunque su inocente programación intente flirtear casualmente.
Pero sin duda la mayor prueba de que lo sintético le gana la partida a lo real es una inteligencia artificial como Joi, una ilusión de compañera para K, que ve el valor y la hermosura en todo lo que la rodea, y tan sólo su condición de fantasma translúcido nos recuerda que no pertenece al mundo, aunque desearíamos tanto como él que habitarlo pudiera.
Si nuestro precio por ser dioses es construir tristes imitaciones de vida sin llegar a completar lo que la hace única, nos merecemos este porvenir sin salida.
¿Y dónde encaja Rick Deckard en este futuro que no se parece en nada al que conociera?
'Blade Runner 2049' toma una aproximación fascinante a su original, equiparándola a un cuento fantástico que alumbra misteriosa esperanza en un futuro incierto, y reconocer cualquier detalle, sonido o rastro de él es casi como buscar el milagro que tan constantemente se nos recuerda: siguiendo esos pasos debe estar, ahí debe ser donde se encuentre, entre esas lágrimas en la lluvia.
De entre todas las maneras que se le podría haber recuperado, Deckard se queda con la más interesante, ni figura mítica ni aliado burlón, sino anciano consciente de sus errores y debilidades, que en las ruinas del viejo mundo rumia su decepción con replicantes y humanos que no aprendieron a compartir sus mutuos milagros.
No es el intrépido detective que fuera, y hasta en eso hay una intención: en este futuro no quedaban héroes, y todo acto heroico ha sido fruto de desesperación o de diseño.
Así, el motivo de existencia de esta secuela se centra en ese acto de sacrificio que alguien, llegado el momento, podría llevar a cabo tan sólo porque siente que debe hacerlo (no porque haya sido programado para ello); y yo que agradezco un diálogo tan fluido con su original, preguntando qué es tener alma, y formando respuestas que calan en el sentimiento.
Porque podremos asfixiarnos y aceptar vidas prefabricadas, aún sabiendo que existen idílicas colonias exteriores, aún soñando con recuerdos que nunca existieron, aún comiendo fideos sintéticos y deseando cariños que a través de un interfaz se dieron.
Pero todos, replicantes o humanos, seremos capaces de salirnos de la norma que nos dictan, sólo porque creeremos que merece la pena hacerlo.
Algo así de extraño es la condición humana, que sigue sin poderse configurar, en 2049 o más allá.
Los milagros suceden, no se pueden replicar.
Y me tranquiliza pensar que vayan a seguir sucediendo, aunque sea en este futuro naranja radioactivo, para que gigantescas estatuas a nuestra soberbia y quebrados espectáculos musicales dirigidos a nadie no sean el único recuerdo de una humanidad que perdimos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Si hay algo que engrandece esta secuela es ese vistazo tras las cortinas de Oz, donde vemos todos los elementos que creaban el universo de la primera película, y a la vez somos capaces de apreciar sus detalles rabiosamente humanos, que evidencian que el papel de Dioses nos viene grande. Ahí están las oficinas de Wallace, casi templos consagrados a una divinidad que el mismo se ha adjudicado.
Todo lo contrario a esa creadora de recuerdos perfeccionando cada detalle, logrando que sean los mejores porque ella nunca ha podido tener algo parecido: qué ironía que los androides sueñen con experiencias que nunca se encontrarán con la realidad.
El viaje de K/Joe es también desgarrador: durante gran parte de la historia, acaricia la posibilidad de ser el hijo de Deckard, seguro de que es especial, y finalmente... no era él, por mucho que lo hubiera deseado.
Pero soñó con ver un milagro, con tener alma, y a veces solo bastan esas impresiones falsas para cambiar una realidad, como muy convenientemente le recuerda en el momento más triste su compañera digital desde un sensual anuncio holográfico: "Lo que quieres ver, lo que quieres oír", no permitas que te lo marquen, lucha por ello que lo puedes conseguir.
Otro milagro de la condición humana, y una patada enorme a esa tradición fílmica que dicta que es un Elegido el que debe salvar el mundo.
Esta vez ha sido sólo un peón, un cualquiera, el que ha salvado el mundo de un padre reuniéndolo con su hija, aunque Niander Wallace se haya creído capaz de controlar esa emoción humana.
Por primera vez, se ha topado con algo que nunca podrá implantar.
Igual que el amor de Deckard por Rachel no se puede replicar, no puede seguir parámetros establecidos, porque fue pura conexión humana nacida de pellejo artificial.
Todo lo contrario a esa creadora de recuerdos perfeccionando cada detalle, logrando que sean los mejores porque ella nunca ha podido tener algo parecido: qué ironía que los androides sueñen con experiencias que nunca se encontrarán con la realidad.
El viaje de K/Joe es también desgarrador: durante gran parte de la historia, acaricia la posibilidad de ser el hijo de Deckard, seguro de que es especial, y finalmente... no era él, por mucho que lo hubiera deseado.
Pero soñó con ver un milagro, con tener alma, y a veces solo bastan esas impresiones falsas para cambiar una realidad, como muy convenientemente le recuerda en el momento más triste su compañera digital desde un sensual anuncio holográfico: "Lo que quieres ver, lo que quieres oír", no permitas que te lo marquen, lucha por ello que lo puedes conseguir.
Otro milagro de la condición humana, y una patada enorme a esa tradición fílmica que dicta que es un Elegido el que debe salvar el mundo.
Esta vez ha sido sólo un peón, un cualquiera, el que ha salvado el mundo de un padre reuniéndolo con su hija, aunque Niander Wallace se haya creído capaz de controlar esa emoción humana.
Por primera vez, se ha topado con algo que nunca podrá implantar.
Igual que el amor de Deckard por Rachel no se puede replicar, no puede seguir parámetros establecidos, porque fue pura conexión humana nacida de pellejo artificial.