La bandera que aparece en la ficha es la tricolor francesa y durante la mayor parte de la película se habla en francés. Y la pasta que hay detrás deben ser euros franceses. Sin embargo me da la impresión que a su director, nacido en Marsella de padre armenio y madre alemana, le gustaría que se recordara su película más como armenia que como francesa. Su protagonista debe ser en parte él, que encuentra sus orígenes sin buscarlos, que encuentra raíces sin necesidad de ellas, que se va a Armenia buscando a su padre y va a encontrar mucho más que eso.

Desde Ereván, la capital, y por lo visto desde casi cualquier punto de Armenia, se ve el monte Ararat, símbolo del país, de una sociedad que ven cómo su montaña está en territorio turco. Si uno no está puesto en la historia reciente de Armenia no pasa nada, se puede ver la película sin problemas. Las alusiones al conflicto en Nagorno-Karabaj sin embargo son necesarias, así como a los turcos, y es que la película es armenia de cabo a rabo. Vamos a encontrarnos con lo mejor y lo peor de un país que no deja de enorgullecerse de su Historia y ella, nuestra protagonista, por raro que pueda parecer al principio, acabará sintiéndose armenia. Es muy emotivo, muy bonito, ver ese trayecto interior.

Por momentos parece muy tosca y he dudado si me encontraba ante una película no del todo correcta debido a algún tropezón abrupto en el camino, cadáver incluido. Pero la confesión del sueño del final me ha acabado ganando, cuestión de simpatía por aquellos que tienen sueños relacionados con reivindicaciones territoriales.