A pesar de ser la cuarta entrega, deslumbra por una frescura abierta a nuevos horizontes, no limitándose a cumplir con la misma (y efectiva) fórmula que inunda el mundo de las secuelas. Esta nueva Toy Story se inicia con una separación, una acción que siempre está presente en la saga, pero que en esta tiene un significado y un simbolismo totalmente diferente a lo visto antes. Toca todos los temas habidos y por haber en la franquicia, pero los hace de un modo más adulto. El sentido de la aventura es mayor, e incluso hay algunos toques inquietantes o un tanto aterradores, depende del punto desde el que se mire y si la fobia está arraigada en ciertas personas. El sentido del humor es genial, hasta incisivo en algunos momentos; esto quizás sea culpa de los nuevos personajes/juguetes que se unen al plantel como los peluches de feria, el divertido Forky o el sorprendente Duke Caboom, doblado por Keanu Reeves. Mucha culpa del éxito de esta saga sea, quizás, por la inclusión en cada parte de nuevos personajes que dan aire fresco a las diferentes tramas y cada cual tiene una razón de ser.
Visualmente no se escatiman esfuerzos y es una obra brillante, bien dirigida por el novato Josh Cooley, que hace que no echemos en falta a los fundadores y veteranos John Lasseter o Lee Unkrich. Tiene el mismo ingenio y la misma fuerza narrativa que las de antaño con el añadido de la evolución gráfica. Es, sin dudas, cine para pasar un genial rato y disfrutar de sus ocurrencias, que son muchas y curiosas.