Estoy escribiendo estas líneas tras visionar el tercer episodio de la cuarta y última temporada. Lo hago tras meses y meses, incluso años, queriéndolo hacer. Siempre lo posponía por aquello de ser una obra monumental de final aún no establecido.

Tiene otros episodios magnánimos, mejores en términos ortodoxos, especialmente los de las segundas mitades de la primera y segunda temporada, auténticos campos de batalla verbales, ahítos de ironía y dolor, pero lo que eleva (a alturas celestiales) a este episodio no es el qué, es el cómo. Y eso debo detallarlo en spoiler*(1).

La serie es difícil de comentar porque posee tantísimos elementos que se necesitarían decenas de párrafos para hacerle justicia, por lo que intentaré ser breve y ceñirme a lo fundamental: unos hijos ansían el poder de su padre sólo por detrás de otra cosa: su amor. Puro Shakespeare. Pura vida, en definitiva.

A través de un guion velocísimo y mordaz, su creador radiografía lo peor de cada casa en sus personajes, tan patéticos que parecen reales. Ellos son el motor de Succession, muy por encima de las tramas empresariales que poco nos importan. No obstante, es plausible cómo logran imbuirnos en términos tan lejanos para el grueso de la población como opa hostil.

Respecto a los intérpretes, se nota que buscaban que estos no devorasen a los personajes, por lo que optaron por actores poco conocidos. Succession los ha convertido en estrellas con toda razón. Logan y Kendall forman el dueto protagónico, el más interesante. Son Mufasa y Simba. A propósito, Succession bebe de El rey león, que a su vez bebía de "Hamlet". Otra vez, Shakespeare. Les siguen de cerca Tom y Greg, pareja hilarante dónde las haya, ellos son Timón y Pumba. Y, mi favorito, Rómulo, ese ser enjuto, rastrero y depravado, pero adorable. ¿Scar? No, las hienas.

De entre los secundarios, icónicas son las apariciones de la madre de los retoños, otra que tal baila, así como la presencia maléfica de la madrastra. Se suman la genuina Gerry, el atractivo Nate Sofrelli, la rata Hugo, el decente Ewan Roy (aleluya, uno decente) y, la mejor, Rhea Jarrell, personificada por la sutil e implacable Holly Hunter.

Quizás es demasiado pronto para afirmaciones como la que sigue, pero creo que Succession es El padrino de las series: por momentos inentendible, por otros lindante con el sopor, dado tanto subtexto, pero inequívocamente asombrosa, adictiva, superior, desasosegante y realista.