Mucho ha llovido desde el 56, fecha en que se rodó la película que da título a esta crítica, y con la que, curiosamente, comparte bastantes similitudes La vida de David Gale, no diré cuáles para no incurrir en spoiler. Así, vengo a decir con esto que no hay nada de novedoso en lo que nos plantea Alan Parker con su obra, aunque parezca no darse por enterado. Y es que si bien tampoco es que en el pasado -y que me perdonen los puristas- se hicieran mejor las cosas, al menos sí que contaban de verdad con el factor sorpresa, u originalidad, que se ha dado en llamar. Hoy por hoy, sin embargo, a poco que uno haya visto algo de cine, y tiene cojones que yo esté diciendo esto, no dudará en tildar el producto que nos ocupa de efectista y artificioso. Demasiado.

No es que el director maneje mal la cámara y los actores no cumplan en sus roles o la historia sea aburrida, es simplemente que el ejercicio de todos los implicados es en vano, pues no hace sino intentar disimular lo indisimulable, que es que esta cinta está vacía. No hay más que humo y derivados. Y no es que eso a mí precisamente me moleste, o no acostumbra a hacerlo, pero se me antoja tan obvio, tan falso todo, tan en busca de la estupefacción y el aplauso del público, que ha acabado por tocarme las pelotas. Y es que ya hay que ser cachondo para aunar en espacio tan pequeño semejante porcentaje de gilipollas. A malabarismos yo también te cambio el mundo, cariño.

Parker, si lo que quieres es denunciar dedícate al reparto de panfletos.

PD. V, si estás leyendo esto, lo siento ;)