Mickey Rooney llega a la ciudad con su madre. Como su padre fue piloto de fórmula 1 el tío empieza por ahí a moverse y un admirador de su madre, antiguo mecánico del padre, le da trabajo. Pero lo suyo es la velocidad y deja el taller.
Se sube a un coche de estos del antiguo Scalextric y se pone con los demás a dar vueltas a toda leche, así hasta que terminan mareados.
Se las da de listo (porque es joven) y pronto se estrellará, sobre todo moralmente.
Llega al circuito después de estar toda la noche de juerga, sin dormir, se quita la chupa, se pone el casco y a correr, en mangas de camisa. Eso es chulería, sí señor. Ni desayunar, ni equipo, ni nada de nada; a correr por la pista.
Además, la muchacha del taller se enamora de él perdidamente. Esta chica tiene un parecido asombroso con Chenoa, la cantante; pero no es ella.
El corredor de fórmula 1 madurará aceptablemente y la película también.

Lo mejor: Dolores cantando ¡Qué bueno! en la pista de baile. Sensual.
Lo peor: Los calcetines blancos de Mickey. Olían.