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Voto de Antonio Morales:
9
Comedia Unos días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), a Cluny (Jones), una joven apasionada de la fontanería, la envía su tío a servir como criada en una rica mansión inglesa. La vida como sirvienta es dura, pero sus días los alegra un refugiado checo (Boyer), invitado de los dueños de la mansión, que ha huido del nazismo. Ambos se identifican como "almas desplazadas", pero ella no quiere nada romántico con su agradable nuevo amigo. (FILMAFFINITY) [+]
11 de noviembre de 2014
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ernst Lubitsch no pudo dejarnos mejor testamento que esta memorable película, última realizada enteramente. Aunque se encuentra en ella, intacto, todo el universo creado por el cineasta hasta entonces, se percibe también aquí, en mi opinión, bajo la superficie habitual de su maestría, una vena más crítica, oscura y pesimista. Hasta entonces, Lubitsch nunca había mostrado una clase dominante tan rígida, estúpida e ignorante, una pequeña burguesía tan mezquina y biempensante, criados y proletarios prestos a indignarse en las confrontaciones de quien amenaza el orden de un mundo subdividido en calases, donde cada uno debe limitarse al puesto asignado. En el fondo una reflexión sobre la condición humana y los propis mecanismos de la comedia.

El tema inspirado en la novela de Margery Sharp, recrea esa sociedad convencida de que cada uno debe tener un papel inmutable y la disonante presencia de dos amables “desplazados”, dos personajes fuera de lugar que con su conducta ponen en crisis el rancio convencionalismo. Uno es Adam Belinski (Charles Boyer), un intelectual bohemio que ha huido de la Europa de Hitler, y es acogido por los jóvenes comprometidos de la buena sociedad inglesa como un héroe antifascista, que se comporta con irónico desencanto y talento oportunista como refugiado político. La otra es la adorable Cluny Brown (Jennifer Jones), impetuosa proletaria, sobrina de un fontanero, dispuesta a subirse las mangas y bajarse “descaradamente” las medias hasta los tobillos para golpear con la llave inglesa las tuberías atascadas, como podría también aplicarse como metáfora, a un ámbito sexual.

Una huérfana, a la que su tío la envía como criada a una familia noble, para que encuentre lo antes posible su lugar en el mundo. Condicionada hasta el punto que será novia de un mediocre farmacéutico, presa de sus prejuicios en un mundo asfixiante que le augura una mediocre existencia. En cierto sentido, Lubitsch se podría identificar con Belinski, reflejando la mirada del cineasta alemán en un país extranjero, culto y desencantado como él, dispuesto a introducir su arte. También podría funcionar como demiurgo solventando rigideces sociales y de conducta: primero favorece el matrimonio de unos jóvenes enamorados que les cuesta decidirse y luego ayuda a Cluny Brown a declinar una vida sórdida y desgraciada. Porque ambos no rechazan los placeres de la vida, una habitación en el Ritz o una velada en un salón de té.

Sembrada de diálogos ingenios y mordaces, como siempre, con doble sentido, los continuos equívocos y su habitual elegancia, Lubisch una vez más, se postula como el maestro de la alta comedia. En su puesta en escena hay una participación activa del espectador, que no sólo debe pensar en lo que está diciendo el film sino cómo se lo está diciendo y por qué. Y una de las películas en que dicha filosofía es más evidente es “El pecado de Cluny Brown”, rodada en su época de madurez artística, y que su fallecimiento en 1947 truncó. En ella se articula claramente su concepto del cine, donde nunca faltó la ironía y el sarcasmo.
Antonio Morales
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