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Voto de Antonio Morales:
10
Comedia. Romance. Drama C.C. Baxter (Jack Lemmon) es un modesto pero ambicioso empleado de una compañía de seguros de Manhattan. Está soltero y vive solo en un discreto apartamento que presta ocasionalmente a sus superiores para sus citas amorosas. Tiene la esperanza de que estos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa. Pero la situación cambia cuando se enamora de una ascensorista (Shirley MacLaine) que resulta ser la amante de uno de los ... [+]
17 de junio de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No llevo la cuenta de las veces que he visto “El apartamento”, ese monumento de talento y sensibilidad escrito por I. A. L. Diamond y Billy Wilder. Pero puedo asegurar que como pasa con las obras maestras del arte y de la cultura en general, en cada nueva revisión siempre encuentro en ella cosas nuevas nunca vistas, y su capacidad para divertir y emocionar no es que se mantengan intactas, sino que crecen con cada nueva visión.

El film se abre con la voz en “off” de su protagonista C. C. Baxter (estupendo Jack Lemmon), presentándose a sí mismo dentro de un contexto bien localizado, trabaja en la mesa 861 del piso 19 de un rascacielos propiedad de una compañía de seguros, su única aspiración es alcanzar el piso 27, planta en la que trabajan los directivos y donde le esperan recompensas tan dudosas como poder utilizar el mismo lavabo que ellos; duerme mal, descansa peor y su vida carece de objetivo; pero pronto conoceremos que este oscuro personaje tiene dos sueños inalcanzables: la de poder dormir tranquilamente una noche en su apartamento y la de conseguir el amor de Fran Kubelik (maravillosa Shirley MacLaine) una de las ascensoristas de la compañía.

El film no se limita a narrar la historia de la indeseada soledad de Baxter, ni la de su arribismo, pues presta su apartamento a sus jefes, para encuentros extramatrimoniales esperando un ascenso, no es un melodrama ni una crónica costumbrista sino una ácida comedia dramática pasada por la criba de la magnífica picaresca wilderiana, una de las más sombrías y corrosivas de todo el cine norteamericano. Su perfecto engranaje y progresión narrativa contiene una galería de personajes de estremecedora humanidad que, sin dejar de ser verdad en sí mismos, lo son también como arquetipos de una sociedad mezquina e hipócrita, a la que Wilder, sin abandonar el buen humor, fustiga sin piedad. Su puesta en escena, brillante e inteligente, es un juego constante entre lo que es y lo que parece ser – a Baxter, sus vecinos, su casera y hasta sus jefes, lo envidian, respetan o repudian más por lo que parece ser que por lo que es -, cuenta siempre con la maliciosa complicidad del espectador, al que Wilder suministra la información que le es imprescindible, de forma que puede integrarse con pasión en las peripecias de unos seres humanos que entre sí no se conocen tan bien como el espectador los conoce. Y sobre todo, los siente.

El estilo de Wilder es singular, inclasificable y por supuesto inimitable. Su humor es siempre inteligente y oportuno, y por muy grave que nos parezca el mundo que trata de reflejar, Wilder ni se nos pone solemne ni abandona la sonrisa. Ni olvida, por supuesto, la regla nº 1 del espectáculo que es entretener. Al cineasta le horroriza el tedio. Aunque jamás sacrificará a esa exigencia la verosimilitud, la verdad de sus personajes. En este magistral film, no hay nada que no esté a la altura requerida, desde la prodigiosa dirección artística de Alexander Trauner, con el genial invento de esa inmensa sala de mesas de escritorio, tantas veces ponderada por el propio Wilder, hasta su hermosa fotografía en blanco y negro, la inolvidable música, el montaje y los grandes secundarios, hacen de que esta película consiga divertir, conmover y emocionar hasta las lágrimas al más duro e insensible de los espectadores.
Antonio Morales
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