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Voto de Antonio Morales:
7
Comedia Un restaurante de Broadway es el centro de reunión de un grupo de actores que intercambian viejas anécdotas sobre el mundo del espectáculo. Conforme la conversación avanza, recuerdan a Danny Rose, el representante de algunos de los artistas más desastrosos del gremio, el cual, en una ocasión, llegó a jugarse la vida para relanzar la carrera de un cantante pasado de moda. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es de las más reconocidas por los aficionados, incluso a día de hoy bastante olvidada, pero que me atrevo a reivindicar por su frescura y naturalidad. Hacía muchos años que no veía esta comedia neoyorquina en un blanco y negro esplendoroso de Gordon Willis, que rinde tributo desde la modestia al mundo de Broadway con más sombras que luces y que co-protagoniza con la que entonces era su musa y esposa, una irreconocible Mía Farrow en un papel nada habitual para ella. Allen siempre fue un cineasta polifacético, nadie como él hizo tantas películas buenas en los últimos 30 años, su fértil ingenio nunca nos dejó huérfanos de historias humanas y descubrimientos gracias a su talento inacabable, su personalísimo humor y su tierna ironía, su físico nada afortunado, su hipocondría y su pesimismo vitalista lo erigen en icono cultural del siglo XX.

En esta película, Allen es la reencarnación del perdedor redomado, un tipo que exhala melancolía a raudales persiguiendo objetivos inalcanzables con esfuerzos inútiles. Interpreta a Danny Rose, un esforzado mánager artístico de poca monta, recordado jocosamente entre copas en un garito, en una charla de amigos veteranos del “show business” que le conocieron, todo ello a través de unos cuantos “flash backs” nos van detallando las peripecias de tan singular representante. La trama se centra en un episodio concreto de la vida de Danny, en una jornada pare él llena de infortunios que protagoniza además su cliente más destacado, Lou Canova (Nick Apollo), un “crooner” italoamericano que excita la líbido de sus otoñales “fans” con canciones como “My Bambina”, y la amante de éste, Tina Viale (Mía Farrow), una estrafalaria hortera con peluca y gafas oscuras.

Se trata de un film divertido y a la vez patético, un homenaje al mundo de la farándula que debió conocer muy bien Allen en sus comienzos: el de los artistas de variedades en los peldaños más inferiores de la escala del éxito, pero sobre todo el del sufrido mánager que se ve abandonado por su artista cuando éste atisba el camino del éxito. El particular “vía crucis” de Danny, perseguido incansablemente por unos mafiosos que lo han colocado de forma arbitraria en su punto de mira. Todo ello entre agridulces situaciones con sus representados, algunos ciertamente singulares. La historia de un pobre diablo que no pasará a lo posteridad por su contribución personal al Arte, aunque haya alguien que lo recuerde desde un sucio bar para ponerle su nombre a un sandwich.

Nos encontramos pues, ante una de sus obras más personales, entrañables e hilarantes, de situaciones ridículas y grotescas, de una visión desencantada de la gran urbe y su isla preferida, Manhattan con sus teatros, sus luces de neón, sus fracasos y frustraciones. Como en las grandes comedias de la Historia del cine, la carcajada puede congelarse resultando una mueca amarga, y la historia de Danny Rose la evocaremos al igual que sus conocidos reunidos en una mesa con unos tragos, con esa extraña forma de compasión que a veces se esconde tras el chiste cruel.
Antonio Morales
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