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Voto de Antonio Morales:
10
Western Arizona, 1874. Link Jones, un antiguo pistolero dedicado al bandidaje, se ha redimido y es un hombre respetado por sus vecinos. Tanto es así, que, depositando toda su confianza en él, le han entregado seiscientos dólares destinados a contratar a una maestra para la escuela que piensan inaugurar. Con esta misión, Link emprende un viaje en tren, pero inesperadamente el destino lo devuelve a su pasado, poniendo en peligro su reputación. (FILMAFFINITY) [+]
9 de mayo de 2013
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá era por mi juventud o por no valorarlo suficientemente, haciendo una lectura superficial de la trama. La primera vez que vi esta película me gustó, pero como un western sencillo y entretenido, desconocía al guionista Reginald Rose, autor cotizado en aquel momento, gracias a la televisión y por su extraordinaria obra “Doce hombres sin piedad”. Pero este extraordinario western de Anthony Mann gana entereza, profundidad y belleza en cada nueva visión, por el clasicismo que desprende por todos sus poros y por la maestría de un inspirado director en estado de gracia.

El film se inicia de forma sencilla, el asalto a un tren une inesperadamente a tres viajeros de incierto futuro. Link Jones (asombroso, Gary Cooper) antiguo ladrón que busca borrar su pasado, le acompaña una prostituta, que está harta de que la “toquen”, Billie Ellis (bellísima, Julie London) y un jugador profesional, Sam Beasley (estupendo, Arthur O´Connell), que huye antes que descubran sus trucos. El grupo de forajidos que encuentran, responsables del atraco, no es mucho más espectral que ellos.

Dock Tobin (soberbio, Lee J. Cobb), el jefe del violento e incompetente grupo de malvados, es el tío de Link y le educó en el manejo de las armas. Para salvar su vida y la de los improvisados compañeros de viaje, Link simula unirse a la banda en la preparación de un nuevo golpe, haciendo pasar por esposa a Billie para evitar que la asedien. Afincado en terreno más propio de un melodrama opresivo y dantesco, las escenas de la cabaña muestran una tensión y angustia malsana entre los personajes, unos por intentar sobrevivir y otros por conseguir sus propósitos.

Todo parece reducirse a una cuestión de suspense, pero Cooper pone tal encarnizamiento al combatir a los forajidos que se asemeja a un oscuro héroe en lucha con los fantasmas del pasado. Mucho de este espesor mítico es debido a la actuación de los dos protagonistas, que logran sugerir la idea de dos arquetipos opuestos. Teatral, histriónico tanto en los arrebatos de ira como en el entusiasmo, es la de Lee J. Cobb. El patriarca salvaje vestido de negro; introvertida, comprimida en los silencios y en la espera que parecen haberle excavado el rostro, la de Gary Cooper, el héroe que se purifica reviviendo, en el sufrimiento, su pasado.

Mann vuelve a utilizar de manera ejemplar el formato Cinemascope en la concreción de los cuerpos y la fluidez de los movimientos, y además subraya la desproporción entre los grandes espacios y los pocos personajes. Excelente fotografía de Ernest Haller. Con esta crítica rindo tributo a uno de los diez mejores westerns en mi opinión, que forma parte de mi lista de favoritos.
Antonio Morales
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