En la vida de todo gran artista llega siempre un momento insalvable en que la hija mimada le dice que no quiere estudiar y a la que se le sueltan dos hostias y se le grita vete pa tu cuarto que me saco el cinturón. Y luego la tormenta remite y la niña se hace un piercing, acaba la carrera de derecho y se casa con un gilipollas. Pero aquí se saltaron el procedimiento. Ella dijo que no quería estudiar, que prefería ser cajera de supermercado, y el padre se lo creyó. O tal vez, sencillamente, el padre prefirió creérselo porque no se veía con ánimos de soltarle las dos hostias.

Pero era mentira. Lo de ser cajera era una bola porque ella lo que quería era ser directora de cine. Como papá. Y ganar muchos premios. Como papá. Y que la gente le dijera en la cola del Burger King lo maravillosa que era y lo que lloraban viendo sus pelis. Como a papá. Pero el talento no se hereda, guapa. Te jodes. El talento se tiene o no se tiene. Y, con el tiempo y currando mucho, a lo mejor, si te lo tomas muy en serio, consigues pulir y sacarle partido a ese talento y lograr un buen trabajo. Y granjearte una respetable reputación. Pero con el tiempo, no de golpe. Y con talento. Porque no se hereda. Te jodes.

En cuanto a la peli: en conjunto, discretita, tirando a floja, facilona y poco arriesgada. Pero lo peor es analizarla secuencia por secuencia: todo en ellas (en cada secuencia, en cada escena) es tan conocido, tan sobado, tan requetevisto que apenas llega a interesar.