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Voto de Vivoleyendo:
7
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5 de febrero de 2011
35 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi primera película de Kiarostami, y da la casualidad de que no la rodó en Irán. En los escenarios de la hermosa Toscana italiana, dirigió a la perturbadora y veteranísima Binoche y a un recién estrenado actor consolidado en una afamada carrera de barítono, el cantante británico William Shimell.
Mediante el encuentro entre un escritor y una galerista de arte en Arezzo, el espectador va siendo envuelto en el deambular de estos dos singulares personajes que nos van a conducir por varios frentes abiertos, con giro incluido que se podría calificar de realismo mágico o surrealismo. Yo creo que ese paseo del escritor inglés que visita Italia, y su guía turística que se podría describir también como su guía emocional, maneja un juego de símbolos de rostro sencillo (sencillez aparente en los recursos de filmación y desarrollo, que no en la profundidad de los planteamientos presentados) que va suscitando reajustes y reflexiones, de modo que es una película que hay que digerir una vez han pasado los títulos de crédito finales.
En esa cita que dura apenas unas horas, Kiarostami nos habla de la importancia de la subjetividad, de la percepción personal y de la complejidad de las relaciones interpersonales. A través de una conversación inicial accesoria sobre el tema de la conferencia ofrecida por el autor en visita fugaz en la Toscana, que versaba sobre si las copias pueden considerarse tan válidas como los originales, se presenta el preludio a una alegoría: la del amor.
Las personas nos redescubrimos, cambiamos, iniciamos cosas, tropezamos, tenemos que empezar otra vez, intentamos tirar adelante. Si nosotros mismos, los originales que nuestras madres parieron, somos objeto de tantos avatares, de manera que a veces ni nos reconocemos, o creemos que no es mucho lo que queda de aquel chiquillo o aquella chiquilla que éramos… ¿Dónde queda entonces el concepto de “originalidad”? ¿Somos copias de nosotros mismos? ¿O seguimos siendo aquellos originales en constante modificación y readaptación? ¿Qué importa? Somos nosotros. ¿Dejamos de valer porque las cosas no nos hayan ido como esperábamos, porque los años dejen su huella, porque las etapas de la vida nos marquen irremisiblemente?
¿Es el amor un sentimiento siempre original, o puede llegar a ser una sombra de lo que fue, un remake de sí mismo, un intento de mantener a flote el barco?
Mediante el encuentro entre un escritor y una galerista de arte en Arezzo, el espectador va siendo envuelto en el deambular de estos dos singulares personajes que nos van a conducir por varios frentes abiertos, con giro incluido que se podría calificar de realismo mágico o surrealismo. Yo creo que ese paseo del escritor inglés que visita Italia, y su guía turística que se podría describir también como su guía emocional, maneja un juego de símbolos de rostro sencillo (sencillez aparente en los recursos de filmación y desarrollo, que no en la profundidad de los planteamientos presentados) que va suscitando reajustes y reflexiones, de modo que es una película que hay que digerir una vez han pasado los títulos de crédito finales.
En esa cita que dura apenas unas horas, Kiarostami nos habla de la importancia de la subjetividad, de la percepción personal y de la complejidad de las relaciones interpersonales. A través de una conversación inicial accesoria sobre el tema de la conferencia ofrecida por el autor en visita fugaz en la Toscana, que versaba sobre si las copias pueden considerarse tan válidas como los originales, se presenta el preludio a una alegoría: la del amor.
Las personas nos redescubrimos, cambiamos, iniciamos cosas, tropezamos, tenemos que empezar otra vez, intentamos tirar adelante. Si nosotros mismos, los originales que nuestras madres parieron, somos objeto de tantos avatares, de manera que a veces ni nos reconocemos, o creemos que no es mucho lo que queda de aquel chiquillo o aquella chiquilla que éramos… ¿Dónde queda entonces el concepto de “originalidad”? ¿Somos copias de nosotros mismos? ¿O seguimos siendo aquellos originales en constante modificación y readaptación? ¿Qué importa? Somos nosotros. ¿Dejamos de valer porque las cosas no nos hayan ido como esperábamos, porque los años dejen su huella, porque las etapas de la vida nos marquen irremisiblemente?
¿Es el amor un sentimiento siempre original, o puede llegar a ser una sombra de lo que fue, un remake de sí mismo, un intento de mantener a flote el barco?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Yo también opino que Kiarostami muestra las diversas etapas de las relaciones. Apelando a la riqueza de la imagen y a una sorprendente licencia en la narración, se nos hace ver el inicio (dos personas que se están conociendo, con los titubeos y la atracción propias de esta fase) y la entrada en la fase más difícil, la del deterioro de la convivencia prolongada. El amor pasa por duras pruebas y, una vez esfumada la novedad, habrá que buscar la forma de lograr que siga funcionando, o dejarlo morir poco a poco… Ese pintalabios apresurado y esos pendientes que la Binoche se pone con atrevimiento en los servicios de un restaurante, escena que subraya un punto culminante, ofrecen de forma conmovedoramente simple el esfuerzo de las personas por volver a ser “originales”, por recuperar cosas, por renovar promesas de amor que se han marchitado con el tiempo.
La pareja de recién casados que posa para las fotos, la fiesta de celebración de la boda, forman parte de un pasado de luz, color y presagios en contraste con la llegada a la mediana edad, los desencantos, la dificultad de criar a los hijos, la inercia. En ese momento crítico, un matrimonio de ancianitos que caminan trabajosamente pero aferrados el uno al otro, es observado con envidia. Parece tan extraño, tan utópico el llegar a esa vejez en la que todavía uno siente la alegría de tomar esa mano pese a haberla tocado incontables veces en cincuenta años… O quizás por haberla tocado tantas veces.
La nostalgia de Binoche va entrando por las venas del espectador. Mujer vital, volcánica, preciosa, sola, insegura, desvalida, que pide a gritos besos, caricias, que su hombre la rodee con el brazo y la proteja para siempre, como en esa estatua de una plaza de Arezzo, y que su hijo y ella se comprendan mejor, que se acerquen un poco más, que no vuelvan a andar nunca más separados.
Canto a las penas y frustraciones del amor romántico y del amor hacia los hijos.
En la vida, las copias no existen. No hay ninguna vida que sea un calco de otra. Somos más de seis mil millones de originales vagando por estos lares.
La pareja de recién casados que posa para las fotos, la fiesta de celebración de la boda, forman parte de un pasado de luz, color y presagios en contraste con la llegada a la mediana edad, los desencantos, la dificultad de criar a los hijos, la inercia. En ese momento crítico, un matrimonio de ancianitos que caminan trabajosamente pero aferrados el uno al otro, es observado con envidia. Parece tan extraño, tan utópico el llegar a esa vejez en la que todavía uno siente la alegría de tomar esa mano pese a haberla tocado incontables veces en cincuenta años… O quizás por haberla tocado tantas veces.
La nostalgia de Binoche va entrando por las venas del espectador. Mujer vital, volcánica, preciosa, sola, insegura, desvalida, que pide a gritos besos, caricias, que su hombre la rodee con el brazo y la proteja para siempre, como en esa estatua de una plaza de Arezzo, y que su hijo y ella se comprendan mejor, que se acerquen un poco más, que no vuelvan a andar nunca más separados.
Canto a las penas y frustraciones del amor romántico y del amor hacia los hijos.
En la vida, las copias no existen. No hay ninguna vida que sea un calco de otra. Somos más de seis mil millones de originales vagando por estos lares.