Por qué no, demos salida a la vena sensible con este melodrama de siempre, sobre la unión conmovedora entre padre e hijo. No contiene apenas más que ingredientes que incitan a la ternura, pero, precisamente por eso… Bienvenido sea. Los sentimientos encuentran muchas maneras de manifestarse. Pueden hacerlo en silencio, sin estridencias; pueden hacerlo efusivamente, explosivamente; pueden hacerlo con discreción; o sin pudor, con la más ruidosa exhibición.
Lo importante es creerse esos sentimientos. Sean más o menos manifiestos, más vocingleros o más callados, lo que cuenta es que uno crea que son de verdad. Que la película sepa hacerlos llegar.
Zeffirelli supo. Aunque ya es sabido que conmigo no es difícil. Un drama para paladares aficionados al dulce muy azucarado, eso es “Campeón”. A mí me encanta el dulce, es mi sabor preferido. Por eso cuando veo películas de este tipo me lo paso como una niña a la que dejan vía libre en una pastelería.
Reconozco que probablemente falte algo para que el pastel tenga ese punto que prolongaría la nota deliciosa en el paladar, pero a pesar de eso me sabe bien.
Melodramas sobre boxeadores venidos a menos hay varios, y alguno es bastante superior a este. Incluso ya hemos visto repetida la fórmula del ex –campeón padre de familia y agobiado por la mala situación económica, que para demostrarse a sí mismo y a sus amores que todavía vale para algo y que aún puede ofrecerles una vida mejor, decide volver al ring. Nada nuevo. Pero qué tendrá este par formado por Voight y Schroder… ¿El éxito de su carisma? ¿Esas caras de angelitos rubios que posan juntas en el cartel? Da igual. El dúo lo vale.
Será que me pueden las historias sobre personas que al final siempre ganan. Como todos los grandes campeones. No porque les vaya de fábula, ni porque sean un dechado de virtudes, ni porque se quieran de manera ejemplar y perfecta, que eso no existe.
Simplemente, por haberse querido.
Eso es ganar.