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Voto de Vivoleyendo:
8
7,4
62.018
Drama
En una ciudad costera del norte de España, a la que el desarrollo industrial ha hecho crecer desaforadamente, Santa (Bardem) y otros afectados por la reconversión recorren cada día las calles, buscando salidas a su situación precaria. Son funambulistas de fin de mes, sin red y sin público, sin aplausos al final; viven en la cuerda floja del trabajo precario y sobreviven gracias a sus pequeñas alegrías y rutinas. (FILMAFFINITY)
25 de enero de 2010
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
...es demasiado lo que salta por la ventana.
Salta la tranquilidad, la autoestima, la fe. Salta la confianza, el orgullo, el amor propio. Salta el buen humor, la alegría, y las ganas de mirar adelante. Y a cambio, la soledad, la ironía del destino que se ríe en las narices, se instalan de manera ominosa, insultante, asesina.
El desempleado crónico pasea sus penas por una ociosidad forzosa en la que la humillación cotidiana es la principal compañera. Se sienta al sol de otro lunes más, ese lunes tan odiado por esos raros privilegiados que tienen eso que se llama trabajo. El sol de los lunes de los parados calienta con tibieza, con la misma con la que calienta lo demás, pero quien se sienta bajo sus rayos por no tener otra cosa que hacer, siempre lo sentirá más como sarcasmo que como consuelo. El sarcasmo de unas vacaciones indefinidas y sin sueldo, en las que no se sabe si ese día alcanzará para llenar el estómago, para pagar las facturas, siquiera para seguir viviendo como de prestado, del bar a la calle, de la calle a un cuchitril cuyo alquiler es siempre abusivo (sobre todo para quien a veces no tiene con qué satisfacerlo), del cuchitril a las atestadas oficinas de empleo donde unos funcionarios quemados repiten miles de veces, como un sonsonete, la misma cantinela monótona de funcionarios grises. Y de nuevo al bar, cuyo propietario fue más afortunado y logró salir a flote, y que ahora se mantiene con vuestras tristezas ahogadas en alcohol. El bar es hogar, oficina y confidente, con oídos y ojos pacientes que noche tras noche es testigo de las borracheras que pilláis de cuando en cuando para envalentonaros inútilmente ante esta mierda de vida ingrata. Y testigo también de vuestros rencores, de vuestras miserias, y de la amistad que une a los desafortunados. Os oye reír con esa risa de los que no tienen mucho más que perder. Os reís de vosotros mismos, de la madre que os parió y del sol que sale, para no llorar de rabia y de desesperación. Porque la risa es casi el único escudo que os queda cuando lo demás se desmorona, cuando vuestras ilusiones caen como polvo y cenizas entre los dedos, cuando los que os rodean observan vuestra caída lenta, inexorable y destructiva, cuando no podéis engañaros más con la perspectiva de un empleo que no llegará para unos desheredados como vosotros. Sois esos vagabundos endémicos que son demasiado viejos para que nadie los acepte, demasiado poca cosa, demasiado insignificantes para esa maquinaria monstruosa y competitiva de las entrevistas de trabajo y las contrataciones.
Salta la tranquilidad, la autoestima, la fe. Salta la confianza, el orgullo, el amor propio. Salta el buen humor, la alegría, y las ganas de mirar adelante. Y a cambio, la soledad, la ironía del destino que se ríe en las narices, se instalan de manera ominosa, insultante, asesina.
El desempleado crónico pasea sus penas por una ociosidad forzosa en la que la humillación cotidiana es la principal compañera. Se sienta al sol de otro lunes más, ese lunes tan odiado por esos raros privilegiados que tienen eso que se llama trabajo. El sol de los lunes de los parados calienta con tibieza, con la misma con la que calienta lo demás, pero quien se sienta bajo sus rayos por no tener otra cosa que hacer, siempre lo sentirá más como sarcasmo que como consuelo. El sarcasmo de unas vacaciones indefinidas y sin sueldo, en las que no se sabe si ese día alcanzará para llenar el estómago, para pagar las facturas, siquiera para seguir viviendo como de prestado, del bar a la calle, de la calle a un cuchitril cuyo alquiler es siempre abusivo (sobre todo para quien a veces no tiene con qué satisfacerlo), del cuchitril a las atestadas oficinas de empleo donde unos funcionarios quemados repiten miles de veces, como un sonsonete, la misma cantinela monótona de funcionarios grises. Y de nuevo al bar, cuyo propietario fue más afortunado y logró salir a flote, y que ahora se mantiene con vuestras tristezas ahogadas en alcohol. El bar es hogar, oficina y confidente, con oídos y ojos pacientes que noche tras noche es testigo de las borracheras que pilláis de cuando en cuando para envalentonaros inútilmente ante esta mierda de vida ingrata. Y testigo también de vuestros rencores, de vuestras miserias, y de la amistad que une a los desafortunados. Os oye reír con esa risa de los que no tienen mucho más que perder. Os reís de vosotros mismos, de la madre que os parió y del sol que sale, para no llorar de rabia y de desesperación. Porque la risa es casi el único escudo que os queda cuando lo demás se desmorona, cuando vuestras ilusiones caen como polvo y cenizas entre los dedos, cuando los que os rodean observan vuestra caída lenta, inexorable y destructiva, cuando no podéis engañaros más con la perspectiva de un empleo que no llegará para unos desheredados como vosotros. Sois esos vagabundos endémicos que son demasiado viejos para que nadie los acepte, demasiado poca cosa, demasiado insignificantes para esa maquinaria monstruosa y competitiva de las entrevistas de trabajo y las contrataciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Cuando os humilláis tiñéndoos el pelo para aparentar juventud, cuando para colmo se os reclama lo que no tenéis, cuando aceptáis pequeños trapicheos y recurrís a tretas penosas y, en resumen, descubrís que la dignidad se ha ido por la alcantarilla, cuando traspasáis el umbral de la pobreza severa y contempláis el páramo al que habéis ido a parar... No todos podréis seguir soportándolo.
Y continuaréis vagando los lunes, y todo el resto de la semana, arrastrando los sueños rotos por el bulevar al que cantaba Sabina, buscando consuelo y otro regalo más del sol, que pese a todo sigue amaneciendo y brillando igual para todos.
Y continuaréis vagando los lunes, y todo el resto de la semana, arrastrando los sueños rotos por el bulevar al que cantaba Sabina, buscando consuelo y otro regalo más del sol, que pese a todo sigue amaneciendo y brillando igual para todos.