Isabel de Baviera fue una de tantas soberanas infelices.
Bonita y ñoña idealización de una emperatriz que imagino que una de las pocas cosas que tendría en común con su réplica en el cine sería el largo y abundante cabello. Romy Schneider, gran amor del guapísimo Alain Delon, luce aquí como una muñequita preciosa, tan dulce como Blancanieves cantando a los pajaritos en lo profundo del bosque.
Un cuento de hadas que ya hubiera querido para sí la auténtica Sissi. Porque me apuesto que ese Francisco José de la peli se parecía al auténtico en el blanco de los ojos.
Un dramita de campanitas propio de aquellos años de melodramas envueltos en lazos de color rosa. Si parece estadounidense y todo, cuando allí se rodaban comedias románticas en las que los matrimonios siempre duermen en camas separadas para salvaguardar la moral.
Pero todo sea por ver a una Romy lindísima, en su edad pletórica, que sufrió el destino cruel de algunas beldades del estrellato: la desgracia y la muerte prematura.