Nueva adaptación de la novela de Friedrich Dürrenmatt, ya llevada al cine en 1958 por Ladislao Vajda con su película denominada “El cebo”.

En este caso Sean Penn sustenta su historia en lo básico del guión que viéramos en la obra clásica pero modificándolo en determinados pasajes fundamentales para dar por resultado un relato con derivaciones muy disímiles en comparación con la película de Vajda.

Esta cinta es un intenso policial investigativo combinado con un sólido thriller psicológico, el cual se consolida gracias a la brillante interpretación de un Jack Nicholson dueño y señor de la pantalla y de una narración que mantiene la intriga hasta llegar a un desenlace que descoloca y siembra de impotencia el relato.

Aquí obviamente que lo primordial es la investigación policial llevada a cabo por el detective Jerry Black (Jack Nicholson), quien se obsesiona con resolver un caso de homicidio ya que juró a los familiares de la víctima que atraparía al responsable.
Pero no sólo es una cinta de investigaciones y suspense, sino que se solidifica en base a un ejercicio psicológico donde la ambigüedad siempre está tácita en el espectador, ya que se presenta una disyuntiva muy difusa de esclarecer como es el suponer que el caso está resuelto cuando se atrapa a un sospechoso al que todas las pistas parecieran incriminarle o dar rienda suelta a la hipótesis de que el asesino está libre y seguirá matando de acuerdo a unos patrones lógicos.

En base a ello, el filme gana en atractivo y se va entretejiendo un entramado narrativo donde el aspecto investigativo nos atrae magnéticamente y nos hace involucrarnos en ese halo misterioso donde nada está claro y donde la perturbación psicológica viene a traer más obstáculos para develar la intriga.

En fin, tan efectiva como la obra “El Cebo”, pero a no pensar que es un remake porque esta película de Sean Penn se aparta bastante (sobre todo en su parte final) de las variantes que viéramos en aquella buena obra cinematográfica de finales de la década del cincuenta.