Spielberg es una de las personas con más olfato dentro de la industria cinematográfica durante las últimas décadas. Sabe olfatear un buen negocio, siempre intentando lograr la difícil alquimia entre la correcta calidad y el arrasar en la taquilla con tono palomitero. Había apostado por Joe Dante y sus gremlins en el pasado, pero en aquella ocasión recomendó al director que recortase cosas de esta segunda parte porque había "demasiados gremlins".

A vista del resultado, no solamente llevaba razón, es que se quedaron muy cortos. Por más adorable que pueda ser el bueno de Gizmo y algunos guiños al pasado, los ochenta ya habían pasado y esta secuela termina antojándose realmente hiperbólica, excesiva y los monstruosos gremlins ya han dejado de ser una novedad para todos. Lo que antes era misterioso se convierte en lengua común.

Si permiten el símil, en los cómics de Spiderman hubo una saga muy apreciada que fue conocida por el público como "la de clon". Exitosa, las numerosas secuelas hicieron que se convirtiera en algo horroroso porque hubo momentos donde parecía que el simpático trepa-muros tenía más de 40.000 otros yo rondando por New York. Una situación similar deja esta obra.

Sinceramente, creo que ha envejecido bastante peor que su antecesora pese a ser más joven.