Competir en los Oscar con un filme como “Gladiator” es harto difícil, y al “Náufrago” de Zemeckis le tocó lidiar con ese fiero león en el circo de Hollywood. Si bien para mí hay mucha diferencia entre ambas películas, también la hay en las interpretaciones de Russell Crowe y Tom Hanks, siendo infinitamente superior la de este último.

Y es que “Náufrago” no es sólo un filme para lucimiento exclusivo de Tom Hanks. Un actor versátil hace creíbles todos sus papeles, ya sea como soldado, como gángster, como deficiente mental o, como en este caso, un solitario papel casi sin apenas diálogos, mímico, necesariamente expresivo y cuyo lenguaje corporal tiene que zanjar cualquier tipo de duda sobre lo que se ve. Ése es Tom Hanks, y en “Náufrago” hace uno de los mejores papeles (y ya es difícil) de su carrera. Su diálogo con la cámara es claro y emocionante, refleja los diferentes estados anímicos y psicológicos por los que pasa en la solitaria isla en la que sobrevive durante cuatro años. Años de lucha, de superación personal, de descubrimiento propio… y todo por la fuerza que le dan los fuertes principios morales adquiridos en su trabajo como responsable de una empresa de transportes, en la que el tiempo es el mayor enemigo. Además, el amor también le ayudará a superar el duro día a día, con la esperanza del anhelante reencuentro con la que tenía que ser su esposa (Helen Hunt).

Zemeckis rueda con buen pulso. Hace del monólogo un relato interesante donde cada uno se ve de cierta forma reflejado. Sí, es una aventura, pero es la aventura que cualquiera de nosotros podría haber vivido, y no todo el mundo hubiera salido bien parado. Zemeckis invita a la reflexión mientras va desarrollando magistralmente la odisea de una persona normal en medio de una soledad de locura, rodeado de vistas espectaculares y con el único sonido del mar en los oídos durante cuatro largos años.

Como colofón, Zemeckis juega a las posibilidades y se decanta por una media hora final agridulce, haciendo de la historia del náufrago una simple experiencia vital y eliminando todo acto de merecimiento y recompensa. El amor triunfa, sí, pero de una forma poco convencional en el cine comercial.

Gran película y muy recomendable, aunque sea sólo porque Zemeckis es capaz, junto con la inestimable ayuda de Alan Silvestri, de sacar una lágrima al espectador por una pelota de voleibol.