Si hay alguien que pueda representar con acierto el cine más casposo y pretendidamente cutre del terror patrio, amén del gran Jesús Franco, ése es José Ramón Larraz.

A los degustadores de películas infumables, el estilo de Larraz es de lo mejor que hay, y el filme que nos atañe es uno de los mejores de su curiosa y extensa filmografía, lo que ya es decir. Este esperpento vomitivo tiene su encanto, eso es innegable, pero al final no sabes si acabar tirándote por la ventana o arrancarte los ojos directamente. El fallo neuronal es generalizado, y el cerebro sólo es capaz de ordenar a los músculos que articulen una media sonrisa vacía, indicador de que estás siendo lobotomizado lentamente.

El guion, siendo funesto, tiene un trasfondo original, pero sólo para alguien que sepa escribir. Los actores, la dirección… olvidables. Ni siquiera funciona la intención de hacer algo a lo americano, con la falsa idea de que lo que viene del otro lado del charco es sinónimo de calidad, y contando en el elenco con actores extranjeros de segunda.

Hay que esperar casi a los últimos minutos del filme para poder ver algo de lo que promete el cartel, harto ya del cansino desarrollo de la trama, con unos personajes que son como para montar un circo. Al menos, en el maquillaje pusieron algo más de esmero.

Una lástima.