Un muchacho discapacitado psíquico es acusado del asesinato de una muchacha. Su madre, absolutamente convencida de la inocencia de este, y ante la pasividad de la policía iniciará la búsqueda, de forma particular, para encontrar al auténtico responsable. ¿ Hasta donde estará dispuesta a llegar la madre para ello, para proteger a su hijo?
Esta película es como los buenos vinos, necesita reposar y su sabor no es el mismo al principio, que en la mitad de la botella o que al final, cuando ya está aireado. De la misma forma, si dividimos la película en tres partes, encontraremos que la primera parte desorienta y desconcierta y uno tiene miedo de que pueda encontrarse ante una película oriental incomprensible, absurda o soporífera. Sin embargo en la segunda mitad, el director empieza a tejer la trama que sutilmente había empezado a bordar en la primera parte, sin que nos diéramos cuenta, mientras nos encontrábamos preguntándonos, si ese vino que habíamos abierto iba a merecer la pena. Aquí empezamos ya a saborear la calidad y nos metemos en la intriga de la película. En la tercera parte, el auténtico sabor, la auténtica calidad, que se ha hecho esperar para surgir con más autenticidad aflora a la luz y nos conmueve y nos sorprende de una manera contundente.
Película no recomendada a los no seguidores del ritmo del cine oriental.