El cierre de oro, geométrico y aritmético a un tiempo, del ciclo de westerns que realizase Mann con Stewart, dónde la insuperable matemática del director para el género (ahí están obras legendarias y maravillosas: "Winchester 73", "Tierras lejanas", "Horizontes lejanos", "Colorado Jim"...) logra cotas de antológica sencillez en la complejidad, de esencializar el poso del western en cine limpio, absorbente, perfecto. Es la historia de un hombre que va a un pueblo para vengar la muerte de su hermano, encontrándose allí un ambiente caciquil y violento. Película soberbia y sublime, antológica de principio a fin, llena de complejidad dentro de su nítida apariencia, es una suerte particularísima de adaptación de la historia de Caín y Abel, dónde el hijo adoptado Abel (Crisp) mata al hijo legítimo Caín, y con ello casi al medio ciego padre. Obra maestra total y absoluta, dónde ya va siendo hora de decirlo, el señor Mann (y ahí está la doble n inglesa para corrobarlo) es el gran hombre de los westerns, y es de tanta o superior limpieza, coherencia y brillantez ética, estética, moral y cinematográfica que el justamente sagrado John Ford, cineasta grande de verdad, pero no infalible ni superior en el género a Angthony Mann. No tiene el bendito irlandés, creo yo, cinco westerns consecutivos de tamaña maestría. Para Mann, la matemática del western no falla: 5 + 5 = 10. Con perdón.