Siempre lo he dicho: odio el cine comercial americano y, paradojica o contradictoriamente (acepto ambas), el rey Midas de este tipo de cine, el prototipo de hacer de una película una mina de oro, me parece un genio. Un genio tanto para hacer cine (es un cineasta de enormes recursos) como para, cuando no lo hace, embaucar, convencer o envolverte con sus películas. En "El color púrpura", adaptación de la famosa y discreta novela de Alice Walker, hay mucho azúcar, pero a la vez mucho cine. Spielberg compagina ambos aspectos y logra una notable película sentimental, amargantemente optimista, de brillante puesta en escena e interpretaciones, que sabe deslizarse por la barra de equilibrios del cine folletinesco, lloroso, telenovelesco, sin caer nunca de la misma y matarse. Spielberg sale airoso de la empresa y vuelve a dar muestras de su versatilidad cinematográfica.