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Pájaros de verano

Drama Basada en una historia real que explica el origen del narcotráfico en Colombia, la película se sitúa en los años 70 cuando la juventud norteamericana abraza la cultura hippie y con ella a la marihuana. Esto provoca que los agricultores de la zona se conviertan en “empresarios” a un ritmo veloz. En el desierto de Guajira, una familia indígena Wayuu se ve obligada a asumir un papel de liderazgo en esta nueva empresa. La riqueza y el poder ... [+]
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Críticas 39
Críticas ordenadas por utilidad
29 de septiembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de cómo comenzó el narcotráfico o la historia de una familia es la excusa de Ciro guerra para adentrarnos en una clase de historia de su país. La historia de dos hombres que descubren el negocio de la marihuana. Una historia de horror y codicia rodada con maravillosa sobriedad y verdad. Apoyada con un gran guión y un director que sabe a dónde ir
Orson_Welles
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2 de noviembre de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Birds of Passage” lanza una mirada propiamente arriesgada sobre el brutal narcotráfico colombiano desentendiéndose de cualquier referencia preestablecida por proyectos de renombre como “Narcos” de Netflix o “Loving Pablo” de Fernando León de Aranoa; en su lugar, construye sobre este escenario un relato de jerarquías, venganza, obsesión y justicia, a través de personajes indígenas magnéticos que se dejan manejar por la historia bajo la condición de la coherencia narrativa. Además, se nutre de las tradiciones de la cultura Wayuu para desplegar acontecimientos con la misma magnificencia visual y narrativa, lo que permite que presenciemos un rustico estudio de personajes en vez de una historia más de violencia y traición con los carteles de droga como telones de fondo, ingredientes presentes, pero supeditados por los sorprendentes movimientos argumentales que surgen con cado nuevo canto.

En un contexto más específico, el filme exhibe consecutivamente el “ascenso” del habitual mortal de cine gánster, de la difícil pobreza a la deshonrosa riqueza ilegal por medio de mecanismos extranjeros readaptados deliciosamente bajo un prisma colombiano. Con el motivo aun caliente de su descarrilada gloria (ganarse la mano de su esposa), resulta incluso más interesante vivenciar al lado del protagonista su correspondiente caída, una perdida que nunca podrá igualar ni siquiera el más grueso fajo de billetes.

El dúo de guionistas de esta fabula de la vida real, Jacques Toulemonde Vidal y Maria Camila Arias, parece entender bien como construir el relato mediante la personalizada división en cantos o secuencias espirituales que afianzan el filme en momentos críticos. El guion tiene una coraza sencilla que galvaniza el público por lapsos determinados con escenas abiertamente perturbadoras, sin embargo, si estás dispuesto a ir más allá, Guerra podría dejarte aún más sorprendido. La emulsión entre cine gánster de mediados de los 80 y el tradicional estilo del director es la que la hace resistirse de definirse como cine arte, no únicamente por los efectivos giros de tuerca, sino por la pericia dando tiempo a ambas partes. Ahora bien, la imprevisibilidad del guion proporciona a la historia un plus irresistible, un paseo en montaña rusa con los ojos vendados; sin espacio para la duda, un hibrido indie sencillamente complejo.

Ciertamente, la incorporación de la violencia era insoslayable jugando con tres componentes inflamables: narcotráfico, dinero y traición. Afortunadamente, el guion la sabe utilizar con fundamentos, no como simple incentivo de entretención para el público. Una muerte es significativa en cuanto represente un puente para que la historia continúe avanzando, cada disparo, cada bala, cada golpe cumple una función y hoy, violencia justificada en el cine, es un regalo. Como un filme seriamente violento, tales escenas se sustentan con coherencia y funcionalidad, dos características inexistentes en contables proyectos independientes.

La cultura latinoamericana es un terreno frívolamente explorado por el cine, por esto, es aplaudible el recorrido que el filme hace a través de esta, concertando el panorama indígena colombiano con el más agresivo frenesí narrativo con el fin de motivar a la audiencia. Amén de los inflexibles modelos jerárquicos por los que la mayoría de culturas indígenas de américa del sur se rigen, el filme consigue lanzar un comentario de plena humanidad por medio de las tradiciones de los Wayuu, humanizando a los indígenas que son marginalizados por un sistema social que se resiste al avance.

En su historial como cinematógrafo, David Gallego tiene un trabajo excepcional y otro asombrosamente bien hecho hasta la fecha: “Embrace of the Serpent” y “Siete Cabezas.” Esta vez vuelve a reunirse con el cineasta que le regaló a Colombia su primera nominación en los prestigiosos Premios Oscar, en esta ocasión en una locación completamente diferente. La cinematografía de Gallego para sus dos anteriores proyectos, especialmente el primero, debe ser valorada pues lograr escenas visualmente significativas con pizcas de magnificencia no es trabajo sencillo. Con “Birds of Passage” el reto era mayor al tener que, primeramente, mantenerse al nivel del fastuoso blanco y negro de “Serpent;” y segundamente, hacer honor a una compleja cultura con proposiciones tan sugestivas tanto para el ojo como para la mente del espectador. La cinta, sin lugar a dudas, saca provecho de bailes, ceremonias, himeneos, funerales y tradiciones para explotar la más creativa autenticidad, discretamente dominado por una decencia agradecible, nada es rimbombante o altisonante, todo lo contrario, cada elemento, prominentemente el juego de colores, concuerda de manera destellante. Gallego propone algunos cuadros de ensueño en este filme, hermosamente hirientes que se apoderan de la pantalla, purificados por la gloriosa naturalidad.

El score de Leonardo Heiblum es increíble. Potentes tamboras y folclóricas flautas indígenas por delante, el compositor capta los sonidos de una cultura y el leitmotiv de la historia para hacerlos uno solo, fundiendo sonidos primitivos con mezclas fascinantes que empoderan cada momento y provocan un efecto más profundo en el espectador; un compositor al que seguirle los pasos.

“Birds of Passage” de Ciro Guerra y Cristina Gallego no es una más anexándose al repertorio audiovisual sobre narcotráfico colombiano, es una violenta y ocasionalmente abrumadora fabula que lidia con temas tan ancestrales como la justicia, la avaricia y las causticas consecuencias de los excesos; un retrato vivido y atrevido del pasado de un pueblo que aun ensombrece su presente. He aquí otro robusto largometraje de la dupla Guerra-Gallego que los cimenta como dotados cineastas y los reconoce como una de las caras de su país. Un filme que impacta fuerte en la filmografía colombiana, tratando temas delicados y dejando en alto el nombre de una cultura indígena que merece ser conocida y respetada.
Felipe Critic
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19 de junio de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Los Wayuu son los Wayuu, familia, los Guajira son Guajira, los extraños!



La tradición en contradicción a la modernización y el cómo la adaptación de los nuevos tiempos son capaces de acabar con las tradiciones, pero siempre habrá alguien que vele por ella, aunque con ello conlleve la ruina personal o emocional, y todo ello en una historia real sucedida en Colombia entre los años 60 y 80, en una zona que muy pocos conocerán ya que son de esos lugares remotos donde el saber se transmite no se importa.

En mi opinión, el final fue debido a la tozudez de ambos protagonistas, suegra y yerno, y su terquedad ante la tradición una y el intento de modernización del segundo, pero la venganza fue un descubrimiento hacia la irracionalidad, y eso ya no tiene disculpa.

En fin, los tiempos cambian, las costumbres tienen que evolucionar también, sino el mundo se puede atascar, pero siempre avanzando a la par de no perder el legado sabio de los ancestros, porque no deja de ser cultura, cultura humana.
Ranxomare
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18 de noviembre de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un pastor ciego, trasunto del legendario Homero, canturrea un jayeechi, esa ancestral tonada que narra la vida cotidiana, las historias de amor y de odio, de riqueza y de ruina de la comunidad wayúu, habitante inmemorial del desierto de La Guajira, en el extremo norte colombiano. Su melodía monocorde nos conduce en un viaje hipnótico a esa etnia aferrada durante siglos a ritos y convicciones -el valor de la palabra, la familia y el clan como compromisos supremos, la autoridad nuclear de la mujer, el carácter premonitorio de los sueños…- puestos del revés por su contacto con otros principios extraños. Con la cultura de los alijunas, ese término con que los wayúu designaban a los conquistadores españoles y ha servido después para referirse a lo “no indígena”.
Reforzando ese paralelismo con el universo del deslumbrado griego, Pájaros de verano se articula en sucesivos Cantos -Hierba salvaje, Las tumbas, El limbo…- con los que Ciro Guerra y Cristina Gallego construyen su relato épico de la “Bonanza marimbera”, ese breve periodo en el que La Guajira se convirtió en centro de producción y tráfico de una marihuana de óptima calidad para el mercado estadounidense. Un tiempo en que las sacas de dólares habían de calibrarse a peso, tal era su abundancia, inundando un territorio secularmente estrangulado por la pobreza y sostenido apenas por un contrabando tradicional de bienes de primera necesidad. Un paréntesis de desmesura que derivaría pronto en ambiciones encontradas, en una corrupción generalizada y en una violencia que aún hoy persiste.
Asistiremos los otrosojeros a un relato personalísimo, de apariencia a ratos mítica pero sólidamente anclado en los aconteceres guajiros: en sucesos bien recientes, como la guerra entre las familias de los Cárdenas y los Valdeblanquez -de arranque impreciso, tal vez un recurrente lío de faldas- que produjo doscientos muertos y forzó a la alcaldesa de Santa Marta, Ana Sánchez Dávila, a expulsar a ambos clanes de la ciudad. O como las interminables parrandas de los narcos marimberos, habituados a improvisar la compra de viviendas próximas al punto en que festejaban sus jolgorios a ritmo de vallenato para albergar puntualmente a sus convidados, o a abandonar vehículos de lujo en las cunetas de aquellos parajes desolados en caso de avería, sustituyéndolos por otros nuevos para evitar la molestia de una reparación.
Pero Pájaros… transciende la mera acumulación de anécdotas disparatadas: Guerra y Gallego han sabido sumar a su apariencia de Ilíada caribeña una voluntad de aproximación etnográfica a ceremonias y costumbres sorprendentes: encierros prolongados para superar la niñez, bailes bellísimos para celebrar el paso de la pubertad a la adolescencia, papel angular de los palabreros, portavoces de cada familia cargados con la pesada responsabilidad de abogar por los intereses de ésta y de resolver las disputas entre clanes sin otro instrumento que su discurso y su capacidad de garantizar el cumplimiento de lo pactado…
Permanece así la fascinación de los coautores -que venían colaborando en trabajos anteriores dirigidos por Ciro Guerra en los que Cristina Gallego intervino como productora- por el espíritu tribal, por un alma milenaria que alienta la actuación de muchos de los protagonistas de sus largometrajes: el chamán de El abrazo de la serpiente, el juglar de Los viajes del viento, la matriarca de Pájaros de verano… Seres que parecen suspendidos entre la actividad inmediata y un espacio atemporal, despertando en el espectador un sentimiento de extrañeza, esa sensación de irrealidad presente en tantos de nuestros sueños.
Cocalisa
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6 de agosto de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La acción transcurre en la Colombia profunda, en el seno de varias familias de narcotraficantes, vinculadas a etnias concretas. El interés radica en que la trama da una visión original, desde otro punto de vista muy diferente al acostumbrado. La fotografía es impactante hasta el punto de que da interés a un desarrollo bastante lento y crudo, a pesar de un buen manejo de la elipsis, a lo largo de los veinte años que abarca la historia. El film es particularmente curiososo al ofrecer una visión distinta del mundo del comercio de la droga y las guerras entre clanes. Algunas partes de la narrativa están poco cohesionadas pero no es obstáculo para que guste a los estudiosos étnicos.
JOSEMIDIAM
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