El invisible Harvey

Tengo un amigo que siempre relaciona la bondad con la estupidez, y piensa que el mundo va mal porque en el fondo los malos son los listos y el resto una panda de panolis. Yo pienso que todo eso es maniqueísmo y que el "ingenuo" de Elwood, con su discurso bonachón, está más cerca de la verdad y la felicidad que cualquier desalmado triunfador,. El problema es que la mayoría espera ver resultados sin mover un dedo en la dirección adecuada, y NO, así no funciona la cosa. Cada tarde Elwood sale a la calle con la intención de transmitir buen rollo a todo aquel con el que se encuentra y ayudar a los pobres marginados a salir de ese estado aunque sólo sea por una noche haciendo algo tan fácil como invitarles a cenar o acompañándolos con una conversación. Seguro que han leido por ahí esa frase que reza: "se el cambio que quieres ver". Pues bien, ese dogma inspira a Elwood, ¿loco o Quijote? que más da, si al final del trauma existencial aquí no se salva nadie, como bien le apunta el paciente al psiquiatra en un momento dado de la película.

Que bien está Stewart interpretando a Elwood, cuanta dulzura y amabilidad . Y que graciosa interpretación la de Hull en el papel de hermana desesperada por ser aceptada en los convencionalismos de la sociedad. Y porqué no hablo de Harvey ?, ese supuesto protagonista (pooka?), pues porque es invisible, y porque no quiero hacer spoilers, y porque no se puede hablar de lo inefable, y porque seguramente al final hasta ustedes crean haber visto gigantes donde sólo hubo molinos.

Un saludo y que los Pookas los acompañen.

Cuando lees el argumento de "El invisible Harvey" piensas que vas a asistir a una americanada infantiloide de mucho cuidado. Pero no. Lo que parecía una tontorrona comedia se salva gracias a un impecable James Stewart, que vuelve a demostrar sus enormes dotes de actor, adaptándose a cualquier género que se le ponga por delante. Su papel de "loco" que está en ocasiones más cuerdo que el resto de integrantes de esta comedia coral es lo mejor. Cae tan simpático como el invisible conejo Harvey y, bajo mi punto de vista, es lo que engancha para seguir viendo una película simple, pero divertida y entretenida. Lo único que no me convence es que Josephine Hull obtuviera el Oscar, pero bueno, son cosas de los académicos

La moraleja de ésta divertida comedia parece ser que lo verdaderamente trascendente en la vida es ser buena gente y que si estás un poco loco, pues te querremos igual.
Esta disyuntiva está muy clara cuando la hermana del supusto demente es advertida sobre las consecuencias de una inyección curadora de locura pero muy probablemente depresiva y enturbiadora del carácter. La asustada mujer opta por la locura de su hermano.
Y la verdad que apoyo su desición. Que bueno sería que todos tuvieramos un conejo de dos metros de alto como consejero y no una botella de whisky, un cigarro o un contador.

Ni es tan divertida ni es tan entrañable. Es una comedia de enredo que sigue un esquema teatral y representa una forma de hacer cine a la que le han pasado factura los años. Vista hoy, y a pesar de las buenas intenciones, resulta previsible y, por otra parte, la crítica a la psiquiatría de la que se tanto se habla no es tan aguda como debiera: es tan sólo el telón de fondo sobre el que transcurre la fábula que se nos pretende contar. Es cierto que ya no se hacen películas amables y familiares como las que protagonizaba James Stewart y es evidente que hay un sector del público que las demanda y echa de menos cierta bondad en los argumentos, pero no creo que eso sirva de coartada para tragarse en ayunas cualquier teatrillo del Hollywood dorado. Una pena que ahora seamos capaces de ver que la crítica contra la psiquiatría implícita durante todo el metraje daba para más pero hayamos, al mismo tiempo, perdida toda capacidad para producir cine familiar.

Henry Koster nos presenta esta fantasía en clave de comedia, sin pretensiones, para mayor gloria de su protagonista, un inconmensurable aunque comedido James Stewart en uno de esos papeles diseñados para «regalarse» un Oscar (si no se lo hubiera robado José Ferrer por su dramática «Cyrano de Bergerac»).