La escalera de caracol

Sin duda una gran película que podría ser perfectamente el modelo que hay que seguir cuando se hace una película de misterio de las de un asesino, muchas posibles víctimas y muchos sospechosos, intercalándose estos roles numerosas veces.

La historia y su ritmo te enganchan y provocan que elucubres en tu cabeza quien puede ser el malo. Además juegan muy bien con el espectador como, por ejemplo, con el tema de la gabardina negra: al malo se le ve asesinar a una de sus víctimas en mitad de una tormenta en la noche, y de él sólo se ve que va con guantes y con una gabardina negra. A continuación se ve a uno de los protagonistas viniendo de la calle con una gabardina negra, pero es que a continuación aparece otra persona con idéntica gabardina... la pista que nos dieron no sirve de nada. Los personajes entran además en un juego continuo de pasar de ser sospechosos a descartarlos, y viceversa de nuevo.

Otra cosa en la que me suelo fijar es la genial utilización de las luces y las sombras, tanto por darle emoción al film como por lo bien cuidado que está en cada detalle.

Resulta muy entretenida y con buen final (aunque quizá tenga una pega éste para mí)

En esta peli destaca, sobre todas las cosas, el tratamiento de la luz:
-Las sombras de la casa, tan amenazantes, que sirven de escondite a cualquiera que lleve malas intenciones.
-La luz de la vela, que tanto juego da en la trama.
-El aparato eléctrico que ilumina las estancias a su antojo. No hay intriga que se precie sin una buena tormenta.
Tourneur no lo hubiese hecho mejor. (Hichtcock no sé)

Hay un asesino obsesionado con las taras físicas que va por ahí eliminando todo lo que él no considera digno de respirar. El muy cretino comete errores de lo más típicos en un asesino de película, como permitir que se le escape su presa por pegarle una chapa inoportuna es vez de asesinarla cuando la tiene a huevo. Pero ya sabemos todos que estas cosas pasan.

También hay una señora aburrida por guardar reposo en cama que se entretiene poniendo a parir a todo quisque y teniendo visiones poco halagüeñas sobre la seguridad del servicio. Pero la tía es muy lista, vaya que sí.

Y luego está la pobre mudita, a la que todos acojonan sin piedad y que se pasa la jornada currando sin parar en su día libre. Qué familia más desconsiderada. Alguno incluso llega a pedirle que llame por teléfono al médico… pero tío ¡qué es muda!

Una película baratilla, de las de la RKO, pero realizada con mucha solvencia, ya que mantiene la intriga en todo momento.

Estamos ante uno de los más conseguidos clásicos de la intriga, con una de esas historias que captan nuestra atención y nuestros nervios.

El éxito de esta película radica en la buena adaptación literaria de la novela, en la ambientación y en la perfecta interpretación de los actores, de todos ellos, empezando por Dorothy Mcguire, que sin hablar logra hacer uno de sus mejores trabajos. Y terminando por Elsa Manchester, soberbia en su papel de criada aficionada a la bebida.

Y todo el merito está en la dirección de Robert Siodmark, que aborda la película con una perfecta aplicación y sentido de la estética admirable y nada envejecido, me refiero a todos los efectos del asesino con las imágenes de las victimas en sus retinas. En definitiva; película de una intriga insuperable.

La obra de Siodmak no da para mucho más que la del justito talento de su director, elenco incluido.

De ahí que no comparta la comparación de esta cinta con nada de lo que haya creado Hitchcock, quien, muy posiblemente la hubiese convertido en una joya del cine de suspense.

"La escalera de caracol" no suspende. Aprueba, pero raspadita. Se queda muy inacabada en la dirección de intérpretes y en su narrativa, tan evasiva. La película abochorna en sus diez primeros minutos con la aparición en escena de un tropel de personajes, inservibles, que se reparten el minutaje y que apenas pintan más que el atrezzo. ¿Para qué? Para crear sospechosos.

No se ingada en el perfil de ninguno de ellos, si acaso, de pasada y corriendo, en la psique de la chica protagonista. Muda. Es lo único que sabemos.

Salvaré de la quema a la espléndida Rhonda Fleming. No se puede ser más guapísima que esta mujer y a la vez, desperdiciar tantísimo su talento en un cameo que no llega a los cuatro minutos.

No hay reproche alguno que hacer a nivel estético y especialmente al manejo de la luz. Pero, insisto, por mucho que la trama sea atractiva, la contención de las interpretaciones, como su poca verosimilitud, es decepcionante. Al igual que el reparto del tiempo. Todo sucede en unas horas cuando parece que los días, allí, cerca de Boston, duren tropecientas. ¿Acaso se precipitó su director? Es la sensación que se percibe: a este hombre le apretaron las tuercas para que terminase la película antes de lo debido. De ahí, tanto cabo suelto y sí, mucha escalera. Eso es sí.

Para quien no sea quisquilloso con esas menudencias, las película es digna de ver.

Ethel Barrymore, es la anciana enferma con la mirada más viva, decidida e inquietante, posiblemente, de la historia de Hollywood. Ella es el centro de este trhiller sobre asesinos en serie o psicópatas. La mujer fuerte y rica a la que la vida negó el afecto y castigó con hijos pusilánimes. La dama resentida con la vida que hace esperar a su ángel de la muerte porque antes ha de cumplir con el deber más ingrato de una madre.

El entorno y la atmósfera que nos rodean durante ochenta y tres minutos, la noche, la tormenta y hasta los olores que presumimos hacen que la historia sea digna de los grandes maestros del suspense.
Creemos saber que el asesino se acerca, que está muy próximo...., que tal vez esa brisa húmeda que nos llega sea la de su respiración. Pero...¿quién es?. La duda la mantendremos durante el metraje y es posible que al final todos digamos: era mi sospechoso favorito.