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He nacido, pero... (Y sin embargo hemos nacido)

Drama. Comedia La familia Yoshii se traslada a vivir a un suburbio de Tokio para que el padre esté más cerca de su trabajo. Los dos hijos deben adaptarse a la nueva escuela, pero se encuentran con la hostilidad de un grupo de chicos entre los que está Taro, el hijo del señor Iwasaki, jefe de su padre. Convertidos finalmente en los líderes del grupo, cuando descubren la actitud servil de su padre hacia su jefe deciden organizar una original huelga infantil. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
10 de mayo de 2009
45 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que no perro.

Pirámide social, desfile en lontananza de niños y adultos entre órdenes y jerarquías consustanciales a esa condición humana que se ve asomar al fondo, saludando a una cámara menos estática de lo habitual en Ozu. Y todo medio en broma. Otra muesca de vida y tiempo del director japonés. Sentarte tranquilo a ver su cine, ¡qué importante es! Más importante que ser importante, deduzco yo aunque a nadie le importe.

Paralelismos para enfrentar similitudes entre dos mundos: niños por un lado, y éxito o fracaso profesional, ya de adultos. La fuerza embrutecida y el dinero; la amenaza y el aspaviento. Yin y Yang. Coca-Cola y Pepsi. El día a día es una jungla amable.

La película avanza mostrando una correlación de ritos, adultos e infantiles, que definen formas atávicas de relación y mando. Comerse un huevo para ser más fuerte; ceremonia social de adulación al jefe para que el nepotismo te favorezca. Ritos iguales en edades distintas. Pegar dos hostias con los zoris de madera para ganarse miedos o hacer el bufón para granjearse afectos. Los niños aún reparten con armas de inocencia de bragueta abierta mientras el padre se encoge dentro de su chaleco chupatintas. Pero no es el padre el culpable. El culpable es el tiempo, así que no me carguen contra el progenitor en favor de las rebeldías de sus hijos, amigos cinéfilos, que en su “fracaso” pace la familia. Así lo pide Ozu comprendiendo a ese oficinista y su botella. No es que lo diga yo. A los niños ya les tocará pringar… Cuando les toque. Y sin embargo… han nacido.

Todo esto está rematado por el realizador con un pie en el desenfado, sobre todo por la fisicidad de los hermanos protagonistas (que ensayaría también en otras ocasiones), y otro en cierta solemnidad con ribetes de advertencia. Fuerzas entrelazadas -comedia-drama; niño-adulto- consagradas a un metraje carente de estridencias, ambivalente en su condición de pálpito, que no reflexión, vital.

Y así se deja descubrir, porque se deja, no se atrapa, el cine de Ozu como las tiras de fotogramas que tanto importan en esta trama. El cine como testigo casual, azaroso casi, de algo que podríamos llamar “verdad” -si tal cosa existiera-, mostrada con la fuerza impávida de la confidencia reveladora, como un soplo de ceremonia doméstica y cotidiana. Un cine que se mete en los resquicios del respirar contando cosas de las que, dándolas por sabidas, no solemos acordarnos.

Buenos días (Ozu-1959) a tod@s.
Bloomsday
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27 de diciembre de 2010
27 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para todos aquellos que, como es mi caso, tengan un conocimiento limitado del cine japonés, acercarse por vez primera a la obra de realizadores como Ozu resulta una verdadera suerte, algo así como un nuevo comienzo cinematográfico. Viendo esta película uno revive las sensaciones que experimentó hace ya bastante tiempo, cuando Chaplin, Keaton o Murnau le deslumbraron; es inevitable sentir que algo importante está desarrollándose ante nuestros ojos, y que hay momentos que ya no olvidaremos nunca.

Con un desenfadado tono de comedia, Ozu aborda en este filme mudo temas de la máxima importancia y actualidad: las clases y jerarquías sociales, la hipocresía de los adultos, el inflexible sentido de la dignidad y las relaciones de poder. Todo ello desde la perspectiva de unos niños que tras luchar denodadamente por adquirir un estatus respetable entre las pandillas del colegio, aprenden repentinamente las duras realidades de la vida, encarnadas en el descrédito en el que a sus ojos ha incurrido la anteriormente venerada figura paterna. Como será habitual en Ozu, los conflictos sociales, las tensiones generacionales, tienen su mejor reflejo en la vida familiar, que sufre alteraciones y problemas como resultado de la acción de las anteriores. Así, la película establece un humorístico y ácido paralelismo entre las relaciones jerárquicas de los adultos y las de los niños, empeñados todos en hacerse valer, cada uno a su manera.

El filme cuenta con magníficas interpretaciones, destacando los niños, todos ellos muy expresivos y creíbles, con la naturalidad y el desparpajo que suelen tener ante las cámaras. A nivel formal, y como ya han advertido otros usuarios, Ozu mueve mucho más la cámara de lo que lo hará en futuras obras, en las que su obsesión por la simetría y la "depuración" visual se impondrá. Aquí llama la atención su frecuente empleo del travelling, con efectos narrativos y humorísticos muy acertados, como en uno en el que muestra el contagio de un bostezo entre los empleados de una oficina.

Salpicada de detalles cómicos, como esa "muerte y resurrección" a la que juegan los niños, o las vergonzantes muecas y pantomimas protagonizadas por el padre, la película propone una reflexión aguda e inteligente sobre temas universales, y hacerlo como lo hace Ozu, ligera pero concienzudamente, está al alcance de muy pocos.
Quatermain80
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2 de junio de 2012
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ocurre algunas veces, muy pocas, en la historia del cine (Dies Irae, Sherlock Junior, Tabú, el final de Une partie de campagne...), He nacido pero... se separa misteriosamente del aire de familia que, con el paso del tiempo, acaba igualando a las películas de su época y permanece eternamente joven e intemporal, como recién terminada. Esto llama la atención en una época (la de los primeros años treinta) en que las películas han envejecido particularmente mal, y se han convertido en antiguallas con más o menos encanto, como las pelucas o los sombreros de copa; y en una cinematografía como la japonesa en la que, incluso en fechas muy posteriores, la convención de la interpretación se opone al naturalismo, lo que crea una distancia con el espectador que el tiempo va ensanchando.

Frente a esta tradición, y casi frente a cualquier otra, He nacido pero... casi no parece una película, hasta tal punto carece de convención: el espectador siente quizá la ilusión de que la cámara y el director, invisibles, se limitaran a retratar lo que está sucediendo, ahora mismo, ante sus ojos, en un suburbio de Tokio.

Formalmente es ágil y desenvuelta, y no guarda grandes semejanzas con el estilo contemplativo de las últimas y más conocidas películas de Ozu (que incluyen un remake, Buenos días, de menor alcance). Genéricamente podría definirse como una comedia de aprendizaje, por parte de los niños protagonistas, de lo que Freud llamó el principio de realidad, en la que cosas pequeñas pero terribles se narran sin ningún énfasis; en la que el drama, escondido entre la ligereza, no consiste en la necesidad de matar al padre, sino en ver que no es necesario, porque ya él mismo se sacrificó hace tiempo para encontrar su hueco en una sociedad cuya violencia se descubre simultáneamente; y en la que, a diferencia de lo habitual en el género, dentro de los posteriores neorrealismos italiano o iraní, la desesperanza no está aderezada con piedad ni melodrama. He nacido, pero...
el pastor de la polvorosa
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25 de agosto de 2007
23 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película supuso, por pura casualidad, que descubriera al mejor director de cine japonés de todos los tiempos (con permiso de Mizoguchi), y a la que siguieron las enormes "El sabor del sake", "Buenos días" o "Tokio monogatari". Pero como ocurre con los grandes, a veces te encuentras que una de sus obras "menores" sin saber muy bien porqué queda grabada a fuego en tu memoria como ninguna otra. Es simplemente una película modesta, sin pretensiones, con un argumento sencillo que te atrapa de principio a fin y que consigue hacerte sonreír aunque no sea una comedia y conmoverte sin ser un drama. Simplemente es eso, una obra maestra.

Por cierto aquí Ozu nos demuestra que antes de clavar la cámara al suelo también la sabía mover...
fuller
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19 de mayo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yasujiro Ozu (1903 – 1963), en su juventud, fue un estudiante no muy modélico, que luego vivió como profesor de pueblo, gastando su dinero en sake, lo cual lo endeudó ganándose el desprecio de su familia. También aprovechaba su tiempo libre para ir al cine de ciudades más grandes, donde pudo ver películas de Chaplin, del cual reconoció sentirse muy influenciado.

He nacido, pero…(y sin embargo hemos nacido) en una de sus más importantes películas de su periodo mudo (aun siendo una película de 1932, el sonoro tardó en llegar al continente asiático). La película original carece de banda sonora propia, lo cual se debe a la costumbre japonesa de contar con un bushido en las diferentes salas donde se proyectaba una película. Este personaje se dedicaba a narrar y leer los intertítulos, así como a improvisar algún que otro diálogo de la obra.

Influenciado como hemos dicho por Chaplin, ofrece un retrato en tinte cómico al más puro estilo slapstick (que realmente de cómico no tiene nada salvo la comicidad de la vida innata en todos nosotros) de unos personajes que irradian ternura en parte debido al acierto del casting así como también por la espléndida dirección de actores. La fotografía está cuidadamente equilibrada, como en el resto de su obra salvo que aquí, podemos disfrutar de una cámara en movimiento mucho más activa que en su posterior filmografía.

La filmación en exteriores, situando la acción en los suburbios de Tokio y cayendo el peso de la película en dos niños y en la familia nos presenta una especie de prefacio de un semineorrealismo italiano trece años antes de que Rossellini presentara la primera película de este movimiento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lluís
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