Pequeñas valientes

Pequeñas valientes es un retrato realista de un grupo de valientes pero, sobre todo, pequeñas. Quizá por ello se hace más duro por momentos ver la resistencia de estas niñas a aceptar un futuro de responsabilidades que no desean, pues han jugado a ser adultas sin querer realmente asumir las consecuencias de ello. Sin embargo, es entrañable presenciar cómo, poco a poco, esa situación hacia la que siente rechazo la protagonista es, paradójicamente, la que le lleva a encontrarse a sí misma.

Esta chica, Camille, una embarazada de dieciséis años, es enviada a un centro de madres adolescentes. Su nuevo hogar comienza siendo una prisión, que notamos asfixiante ayudados por el juego de luces y música. No obstante, allí empieza a liberarse de su tóxica familia y a buscar el sentido de la vida. De ese modo, lo que ella creía una cárcel acaba resultando ser un refugio.

A pesar del dolor, hay diversos momentos tiernos que permiten a la audiencia sumergirse más en el entorno que se le presenta. Asimismo, la gran interpretación de Pili Groyne (de la misma manera que la de Carla Quílez en La maternal) es desgarradora y esperanzadora a la vez. Y lleva al espectador a cuestionarse si es posible romper el círculo vicioso de relaciones materno-filiales dañinas.

Se echa de menos mayor profundidad en los personajes de los trabajadores sociales, que son también un grupo de valientes con la ardua tarea de equilibrar la rigidez y el cariño con el que sacan adelante cada caso. De todos modos, es un título sugerente y con espacio para la luz, en el que llegamos a ver jóvenes más responsables que los adultos a su cargo.

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