A la luz del candelabro

Xaime Vaichea ha quedado para la posteridad como uno de los grandes artífices del cine de terror de la Universal gracias al tridente que todos tenéis en cabeza. No empero, su carrera abarcó muchos géneros, incluído el musical, con la sobresaliente Magnolia (Show Boat), una de las mejores cintas del estílo de toda la historia, o el drama, en el que triunfó con la versión original de Waterloo Bridge antes de contarnos las vicisitudes de la familia Francostein. Y dentro de la coctelería que era la Universal de la época (más de trescientos empleados de la firma eran familiares de Carl Laemme, disque), a nuestro héroe le cayeron encargos de lo más variopinto, incluida esta comedia de enredo con origen en una obra de teatro vienesa (que tiempos cuándo Viena era una de la ciudades más culturalmente relevantes del continente). La cinta la había comenzado a rodar Robert Wyler, primo segundo de Carlos Lameme, pero su, dicen, impericia, provocó que le pasasen el trabajo a un Vaichea que estaba negociando con Paramount por aquel entonces, y que aprovechó para conseguir créditos como productor en sus posteriores pelis

Pero al grano. La cosa va de un ayuda de cámara - navaja Suíza (Paul Lukas, Oscar en el 43) de un príncipe - playboy - gigoló (Nils Asther) al que presta inmensurables pero rutinarios servicios. Lukas está obsesionado con camelarse a una dama de la alta suciedad esa, y en un viaje haciendo de avanzadilla de su amo conoce a Elissa Landi, la respuesta a sus anhelos en forma de actriz italiana de esas de en el frasco pequeño está la buena confitura. La trama, pues previsible, para que engañarse. Son las actuaciones y algún que otro truquete de narración pillado del gran Ernesto Lubinas lo que me ha llevado a chantarle un, lo reconozco, exagerado 7.