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Climax

Thriller. Drama Jóvenes bailarines toman accidentalmente LSD mezclado con sangría y así su exultante ensayo se convierte en una pesadilla cuando uno a uno sienten las consecuencias de una crisis psicodélica colectiva. (FILMAFFINITY)
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Críticas 100
Críticas ordenadas por utilidad
15 de septiembre de 2018
116 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sutileza salvaje es la norma desde el principio: nunca nos van a dar un puñetazo, pero sentirás mil pinchazos en la espalda baja.
Una (casi) blancura infinita deja paso a la revisión de un casting que tú estuvieras organizando, con vídeos de jóvenes ambiciosos, atléticos, arriesgados, rompedores, inconformistas, que "no son como los demás", que "intentan transmitir un sentir particular" y demás bla, bla, bla, hablando de mucho sin añadir nada más.
Poco saben ellos que ese televisor por ti observado está cercado entre Luis Buñuel, Dario Argento, Émile Cioran y demás creadores, que sí bordearon el abismo para decir algo más, creando un legado donde el verdadero sentimiento nunca surgía de la comodidad.

'Clímax' es justamente por eso la desintegración de la comodidad, o un averiguar a qué sabe la entrega absoluta.
Una película "orgullosamente francesa" que conjura un templo pagano sobre los deseables, tonificados, poderosos cuerpos de sus bailarines, y les une en una plegaria de extremidades sincronizadas, posturas sobrehumanas o impulsos sin adulterar.
Se basa en unos hechos reales del 1996, y no hace falta que me lo jure el mismísimo Gaspar Noé: yo estuve allí, porque él me ha metido el sentir en vena.

Mensaje no hace falta, ni contexto tampoco, aunque quien los quiera ver allá que se lleva alguna frase intelectual, destacando la apenas entrevista en el inicio para que te pases los siguientes minutos buscando; si es que eres de esos para los que un sentir arrollador no es suficiente.
En este internado abandonado cercado por el invierno se podría hablar de una generación perdida al hedonismo perezoso, siempre mirándose el ombligo fingiendo que conectan con algo, podrían estar hablándonos del progresivo colapso social que a nuestra capacidad de empatizar va matando... pero no, solo charlan varios chicos y chicas, obsesionados con follarse ese culito o montar esa tableta, y puede que ahí esté parte de la provocadora gracia.
En la pista no existen esos antojos sucios y banales, sino más bien un éxtasis dionisíaco en el que es difícil desencajar, y lo único que merecería la pena comprobar es si esa electricidad puede convivir con nuestra compulsiva naturaleza, autodestructiva y preñada de culpa pese a todo lo que queramos esconderla (de hecho, si de algo sirve el niño invitado a la jam, aparte de para temer por su integridad, es para ser un fiel termómetro emocional de todos esos hipócritas que se muestran dulces al verle llegar).

La mirada de la cámara, obsesiva e invasiva, es la mejor aliada para traspasar esta experiencia fuera de la pantalla: siempre en movimiento, siempre atravesado pasillos, siguiendo a Selva desde su espalda, una monumental Sofia Boutella, en interminable odisea por el filo de una cordura que se desvanece cuanto más se intenta aferrar a ella.
Fantasmas sombríos con la cara de (des)conocidos se deslizan por las esquinas de su percepción, bosques pintados en la pared se antojan escapatorias del intenso neón rojo, y llega un momento en que la orquesta de gritos, gemidos o lamentos se vuelve lógica en si misma, siendo el orden de un caos que alcanza sentido porque, según su charla, ¿es lo que todos querían expresar?
Me voy a callar cuál es la amenaza desconocida, pero solo mencionaré que, si decides entrar en el cine y la propuesta, tú también temerás qué nuevos horrores sin careta social te vas a encontrar a cada esquina, yendo de la mano de Selva.

Lo queremos todo, siempre hemos querido todo lo que nos han enseñado, en sus omnipresentes obras maestras, nuestros creadores.
La lujuria, la rabia, la excitación, la libertad y... también la satisfacción tras haberlo conseguido.
Pero tenerlo todo prolongado durante tanto tiempo asegura una dura realidad cuando en algún momento dejamos de tenerlo: una simple idea que Noé ilustra con su truco más cruel, habiéndonos concedido los créditos finales durante atracones de música y baile, privándonos así de recuperar el aliento tras el súper polvazo de hora y media.

¿Y qué pasa si se acaba la fiesta?
Que nos parece mentira que alguna vez hayamos perdido tanto la cabeza.
Tal vez por eso nos hemos acostumbrado a mirar el clímax desde la distancia, y aceptar que su desvanecimiento del "yo" no dura nada.

Aunque a veces, como muestra esta experiencia, sepa a gloria perderse en la profundidad de lo que nos mata.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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9 de febrero de 2019
127 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esperaba con ganas la última chaladura de este director francés, de hecho estuve a punto de ver Clímax en el cine. Hoy la vi en la comodidad de mi casa y agradecí que así fuera.

Se supone que Noé nos va a volar la cabeza con imágenes retorcidas, personajes violentos y música atronadora, pero Clímax es agua de borrajas. Creo que sólo podría impactar a alguien que no haya visto anteriores obras de este señor o alguien que aún crea en los reyes magos.

Empezamos perdiendo el tiempo con 10 minutos de una especie de entrevistas a los bailarines que no aportan literalmente nada. Luego viene un baile curioso pero que no es ni la mitad de espectacular que lo pintan algunos. A continuación se suceden varias charlas por parejas en las cuales sólo se habla de sexo, Noé nos deja bien claro que al negro le va por detrás. Bien. A eso ya llevamos casi media hora, todos van muy mamados de sangría y a eso de los 50 minutos (sí, 50 minutos ya) empieza la supuesta locura.

¿Pero cuál es el problema?

Que todos estos individuos me traen absolutamente sin cuidado.

Por lo tanto los 40 minutos restantes no son más que gritos, giros de cámara y estupideces varias de unos personajes irrelevantes. ¿La van a palmar por la droga o se acabarán matando entre ellos? A quién le importa. A mi desde luego hace mucho rato que no. Todo es un esfuerzo en balde por querer impactar o resultar incómodo, pero lo único que consigue es aburrir.

En positivo me quedo con los planos secuencia y alguna música. Pero qué decepción. Eso sí, los bailarines estos mueven los brazos que da gusto.

Lo mejor: el uso de la cámara y la música lo son todo en esta película.

Lo peor: es más inofensiva e irrelevante de lo que se piensa.
carles
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12 de septiembre de 2018
44 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Igual que hay directores que apelan a los sentimientos, el agrado y las buenas sensaciones, otros realizadores son conocidos por hacer un cine revulsivo. Por provocar, por narrar relatos que buscan incomodarnos, socavar nuestros cimientos y hacernos reflexionar. Sin duda, incluso, desagradables. Estos son los enfant terribles. Su faceta de crueldad lleva a que mucha gente les retire el favor: Lars Von Trier, Michael Haneke, Nicolas Winding Refn, Yorgos Lanthimos… (todos ellos grandes realizadores, maestros con talento). Pero nadie tiene mayor fama de hacer un cine agresivo e, incluso, insultante que el francés Gaspar Noé. Realizador de obra mucho más experimental y minoritaria que aquellos, que recurre sin tapujos y con vehemencia a la estrategia de hacernos odiar su cine (como es el caso de la excelente campaña promocional del filme que nos ocupa). Su nuevo trabajo, el cual pudimos disfrutar en un pase de prensa de Avalon previo a sus andanzas en el venidero festival de Sitges, es Clímax, galardonada con el premio principal de la Quincena de Realizadores durante el último Festival de Cannes. Servidor no sólo no aborrece a Noé, sino que tiene en cierta estima su cine, disfrutando tanto de la impactante Irreversible como de la curiosa y despreciada Love a falta de ver la que es considerada su obra más lograda Enter the void. Es el suyo un cine irregular pero desafiante, personal y formalmente ambicioso, por lo que había muchas ganas de ver la nueva película, de ahí que acudiésemos al pase con entusiasmo. Y si algo está claro es que la propuesta, la cual no puedes prever, no puede dejar indiferente, y sin duda es uno de los visionados más intensos que hemos vivido este año. Pocas películas en tiempos recientes tan sensorialmente apalizantes. Una propuesta radical de rica forma y atractivos preceptos de partida, aunque gratuita, morbosa, misógina y falta de argumento, variedad o personajes definidos. Una película de necesario replanteamiento y difícil revisitación. Pretenciosa, pero con sabrosas ideas y referencias. Desbalanceada pero fascinante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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17 de octubre de 2018
50 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gaspar Noé es capaz de mucho más a lo que llega con Clímax, una película que no nos deja crear empatía con ningún personaje (como sí puede ocurrir con Carne, Irreversible o Love). No me conmueve, no está a las altura de su propio trailer (¿Nieve? Todas las escenas de nieve juntas duran un minuto, ¿Sexo?...) y, paradójicamente, la película tiene forma de trailer de hora y media... El comienzo, cargado de fuerza, magnético e incluso misterioso, pone el listón demasiado alto. En la sala del cine a la que he ido había, sobre todo, adolescentes. Este es el público masivo al que le ha llamado la atención la película. Se echa en falta algo que nos retuerza la mente,pues de normal, cuando uno ve una película de Gaspar Noé lo pasa mal en algún momento... pero este no es el caso, pues realmente te da igual lo que pase en esa fiesta.
gpiqueras
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20 de octubre de 2018
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
El límite entre el éxtasis físico y el ocaso emocional es una frontera tenue y temeraria qué puede dar como resultado un salvaje aquelarre que bascula entre la locura y la anarquía. Cuando se tiene un objetivo en la vida – como en este caso, montar una coreografía desquiciada y rupturista – puede activar lo mejor de nosotros mismos, pero cuando se anulan los diques de contención de la cordura, de la convivencia y del freno social básico y se destierran las normas de una mínima convivencia, abriéndose los diques del desenfreno, el resultado puede ser tan aciago como trastornado, destapándose la caja de pandora, anulando cualquier sociabilidad y quedando a merced del delirio y del resentimiento. Nuestros instintos primarios más irrefrenables y coléricos se vuelven en nuestros íntimos enemigos, ya que no controlamos ni su dirección ni su objetivo y nos engullen como un tsunami atroz que nos arrastra por el camino de la vesania y la lujuria.

Esta ingrata y ponzoñosa exploración sobre las drogas psicodélicas no es para paladares inocentes o gazmoños. Asistimos al infierno de la degradación, de la demencia y de la voluptuosidad más horripilante e iracunda que produce tanto asco como fascinación. Presenciar la liviandad de los límites y contrapesos sociales que hacen posible la convivencia nos permite asistir – como si estuviéramos en un aséptico laboratorio o visionando un insólito documental – a los efectos insalubres y tóxicos de los instintos desbocados, crueles y salvajes de una sociedad que todo lo permite, sin sentirnos limitados por ningún juicio moral ni freno ético o estético. El resultado es tan turbador como chocante e increíble. Presenciamos nuestros más íntimos deseos, visionamos nuestras infaustas y atolondradas fabulaciones anímicas, comprobando que tras una fachada de talento, donaire y aparente tacto no queda sino la funambulesca máscara de la muerte, con sus infamantes vicios y espantos.

Al director y guionista se le va a veces la mano en la acumulación de truculencias y despropósitos – quizás debido a que inició el rodaje con apenas media docena de páginas escritas – dejando a la improvisación y al albur de su elenco de talentosos y entregados danzarines y actores, el desarrollo de una acción mínima y sin apenas evolución. La cinta es fruto de un inteligente montaje que combina algunas secuencias muy bien planificadas – como la espectacular danza inicial que subyuga, seduce y asombra en unos diez minutos memorables de un impresionante plano-único telúrico – con otras escenas mucho más breves, toscas, ásperas y abruptas que son como fogonazos del infierno más frenético. A veces tiene uno la sensación de no poder aguantar ya más y uno quiere que todo termine; como un mal viaje o como una resaca vomitiva. Pero ahí radica su máximo logro: el hacinamiento.
antonalva
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