Megalodon

El megalodón está de moda, eso está claro. Parece que nos hemos cansado ya de atemorizarnos con el tiburón blanco y ahora nos gusta más su «primo de Zumosol». Ya no saben qué hacer para devolver a esta pobre criatura prehistórica a la vida. Pero que fuera muy grande no significaba que fuera a ser un monstruo, como tampoco que su voracidad tuviera que ser directamente proporcional a sus dimensiones. Dicho esto, en esta película que nos ocupa se opta por un ecosistema propio que ha permanecido aislado del resto del planeta dentro de una especie de burbuja del tiempo. Algo así como los lagos congelados de la Antártida o Siberia. La idea dentro de lo que cabe no es mala, hasta habría merecido la pena si la hubieran explotado mejor, tal vez no centrándose en el mismo bicho todo el rato, por ejemplo. Por desgracia no ha sido así y la película acaba siendo otra más. Sus efectos especiales son además malos, típico de productos televisivos, mientras que las interpretaciones en ocasiones llegan a ser MUY MALAS. Pero bueno, esto uno ya se lo espera sabiendo de qué va la película y, sobre todo, viendo, nada más comenzar, la calidad de los efectos especiales que calza.

En resumen, otra mala película más sobre criaturas muy malvadas.

El megalodón está de moda, señores. Este verano, sin ir más lejos, va a tener su regreso a la gran pantalla (¿el definitivo?) de la mano de Jason Statham y Ruby Rose. Veremos. Por lo menos los trailers apuntan a algo divertido y entretenido.
Luego está esto, que no se sabe muy bien si pretendía ser comedia o qué, porque la verdad es que causa bastante risa con esas actuaciones acartonadas y vergonzosas y esos diálogos plúmbeos. Vamos, que los hielos de Groenlandia tienen más personalidad que este grupo de intérpretes.
Que el animalito se los coma ya a todos y acabe la tortura. La nuestra como espectadores, se entiende. Tremebundo.