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Daniel Andreas

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132 críticas
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  • La tendencia de los cineastas de la Nouvelle Vague a coquetear con el cine de género da aquí uno de su más peculiares frutos. Como a menudo -por motivos evidentes- ocurre con la ciencia-ficción, es probable que el paso del tiempo no le haya sentado del todo bien a esta puesta en imágenes del célebre relato de Bradbury, sobre todo en lo referente a la estética. Sin embargo, no han perdido un ápice de su fuerza ni la denuncia del totalitarismo analfabetizador, sin duda más necesaria hoy que nunca, ni el lírico final, en el que el anhelo humano por ser libre se funde con la idea misma de 'libro'. Y eso es más que suficiente para volverla altamente recomendable.
  • "Siete años antes de que la Nouvelle Vague irrumpiera en las pantallas de toda Europa, Antonioni narraba ya, en su segunda película, el inconformismo y el hastío existencial de toda una generación de jóvenes. A medio camino entre el retrato social y el análisis psicológico, la película preludia, a través de tres episodios criminales ambientados en Francia, Italia e Inglaterra, lo que habrán de ser las obras mayores de su autor, tanto en la temática y el tratamiento como en lo referente a su característico estilo visual. Que la película ponía el dedo en la llaga lo demuestra el maltrato al que fue sometida por la censura de los tres países (el segmento francés fue completa y lastimosamente modificado por el propio director, que convirtió en contrabandista a un dinamitero de izquierdas), así como los moralizantes mensajes en off al comienzo y al final del film. Lo mejor, el episodio inglés, casi un esbozo de "Blow Up".
  • Otro magnífico ejemplo de cómo se pueden tratar los temás más serios del mundo -la religión, la muerte, la venganza, el amor- sin resultar pesado ni cargante, como si se contara un cuento a un niño. Revisar maravillas como esta película ayuda a deshacerse de falsos prejuicios sobre la obra de uno de los más originales y auténticos cineastas de todos los tiempos. Impresionante e inolvidable.
  • Hay sesudos estudiosos que afirman que Homero y Shakespeare no son sino pseudónimos bajo los que se ocultan sendos genios desconocidos, o incluso sendos grupos de genios, pues la magnitud y profundidad de su obra es tal que no cabe atribuirla al esfuerzo de un único y gris mortal. Algún día, y puede que ese día no llegue nunca, un sesudo estudioso nos hará el favor de demostrar que los dos primeros “Padrinos” y “Apocalypse Now” no pueden ser fruto de la misma mente que engendró este despropósito, y cuya carrera, al margen de esos tres puntales del cine moderno, es de una desconcertante mediocridad. Como comedia, “Corazonada” carece totalmente de gracia; como musical, de ritmo; como drama, de intensidad; como revisión del género, de audacia; y como cuento de hadas, de magia. Los protagonistas más sosos y con menos química de la historia se -y nos- aburren al ritmo de las repetitivas canciones de Tom Waits, mientras son devorados por unos secundarios mucho más sugerentes: Kinski y Stanton son los únicos que transmiten credibilidad en la pantalla (un par de años más tarde llenarán de intensidad la hipnótica “París, Texas”), y Juliá es, sencillamente, lo mejor de la tristísima función (y su escena con el nunchaku, lo único medianamente divertido de la misma). Mi tesis, que dejo aquí para que algún sesudo estudioso la verifique, es que en realidad nos encontramos ante la opera prima de la entonces onceañera hija de Francis F. Coppola, Sofia. Eso explicaría muchas cosas.
  • A los verdaderos maestros se los distingue porque son capaces de demostrar su talento fuera de su hábitat natural. Lejos del mundo del crimen, en el que se mueve como pez en el agua, Scorsese borda aquí un relato, tan creíble como intenso, sobre una madre soltera que intenta abrirse camino en la vida junto a su malhablado hijo. Lo que sobre el papel prometía un telefilm dela peor especie, se convierte en manos de este director en una bella y emocionante historia sobre los vaivenes de la vida; gracias, en no poca medida, a las excelentes interpretaciones. Ellen Burstyn, alma y motor del proyecto, se llevó un merecidísimo Oscar©; pero la que le roba la cartera al espectador es una descomunal actriz de doce años e infinito desparpajo llamada Jodie Foster.
  • Lejos de sus registros cómicos habituales, pero con el colmillo más retorcido que nunca, Wilder ofrece aquí uno de los más duros retratos del egoísmo humano y la crueldad de la sociedad contemporánea que se hayan rodado jamás. Coqueteando con la sátira periodística, la tragicomedia, el drama clásico y el cine negro, “El gran carnaval” se erige en un desolador ejemplo de cómo las más bajas pasiones –el ansia de fama, poder y dinero, pero también la cobardía, la estupidez y la lujuria- gobiernan nuestros actos. Evidentemente, el paso del tiempo, como demuestran a diario la prensa y la televisión, no ha hecho sino agigantar su lucidez y su valor. Excelente.
  • Epidemic (1987)
    Larsito era el niño más listo de su clase. Siempre era el primero en levantar la mano, sabía todas las respuestas y sacaba sobresaliente en todas las asignaturas (menos en gimnasia). Sin embargo, sus compañeros le llamaban empollón y le pegaban en el recreo, y las chicas le rehuían y se burlaban de su cara de pájaro. Un día sus papás le compraron una cámara de vídeo. Desde entonces, Larsito decidió dedicar su existencia a vengarse de la Humanidad, y especialmente de las mujeres. Y así llegó a rodar algunas de las más inteligentes y brutales películas de las últimas décadas. Pero antes de eso tuvo que aprender a manipular las emociones del espectador, pergeñar bocetos de guiones metafílmicos sobre sus recurrentes obsesiones, y ensayar con el blanco y negro, la cámara en mano y el zoom. Vamos, que estuvo jugando a vanguardista de salón. Pedante y fallida, “Epidemic” tiene interés, no obstante, en la medida en que anuncia ya los principales rasgos de su filmografía posterior: de la estética de “Europa” al mundo hospitalario de “Riget”; de la representación del sufrimiento de “Rompiendo las olas” a la sintaxis formal de “Bailar en la oscuridad”; de la puesta en escena pseudo-fake de “Los idiotas” a los experimentos brechtianos de “Dogville”; y de la la intelectualidad de “Cinco condiciones” a la visceralidad de “Anticristo”. Es, por tanto, un embrión. No viable, eso sí.
  • Nicotina (2003)
    Aunque menor, una divertida comedia negra, algo así como un "Pulp Fiction" casero y socarrón. Simpática y disparatada, la película, que va de menos a más, mezcla hábilmente las tramas para acabar desembocando en un registro irónico, muy mexicano, que despierta la complicidad del espectador, gracias, entre otras cosas, al buen hacer de Diego Luna.
  • Ozu rodó varias películas sobre un tema que parecía obsesionarle: la preocupación de un viudo por el futuro de su hija. En esta se encuentran ya las características básicas del estilo pausado y ordenado del maestro japonés, considerado por muchos la quintaesencia del clasicismo cinematográfico: esos cuidados encuadres casi a ras de suelo, ese gusto por la ortogonalidad, esos tres planos “abstractos” al comienzo de cada secuencia, ese peculiar plano-contraplano a base de tomas frontales. Y se aprecia también cuán preciso, sutil y emotivo puede resultar su cine al contraponer los momentos extremos de la existencia humana -la infancia y la vejez- con el día a día de la reprimida sociedad japonesa y su alienante ética del trabajo. Más compleja y conmovedora que muchas de sus más conocidas variantes posteriores.
  • La señal (2007)
    La primera película de Darín detrás de las cámaras (en sustitución de Mignona, que falleció antes de poder llevar al cine su propia novela) es un homenaje no disimulado al cine negro clásico: la cuidada ambientación, la oscura y desvaída fotografía, el carácter discursivo de la trama, la "femme fatale" de libro, los guiños a los EE UU de la prohibición… Aunque entretenida, tanto mimetismo acaba convirtiéndose en un corsé que acartona una historia en exceso previsible, que quizá se habría beneficiado de un mayor desparpajo a la hora de abordar las convenciones del género. Curiosa.
  • El aura (2005)
    Seca, lacónica y de ritmo pausado pero tenso, la última pelicula del malogrado Bielinsky es un bien rodado thriller, con un pie en su variente psicológica y otro en la más convencional del “atraco perfecto”. Mientras el recurso de la enfermedad del personaje resulta artificioso y previsible, juegan a su favor la sólida dirección, el buen uso del peculiar entorno natural en que se desarrolla la acción, y el poco convencional manejo de una apuntada historia de amor. Darín, como siempre, espléndido.
  • Inverosímil por su trama y por sus personajes y atravesada por un machismo sonrojante (atención al comienzo y al final, donde se sugiere que el “cielo” masculino consiste en, ejem, ser agraciado oralmente por una mujer arrodillada), “Batalla en el cielo” tiene, sin embargo, un perverso atractivo. La mezcla de un estilo desnudo, casi bressoniano, con una puesta en escena grotescamente feísta, reforzada por la presencia de actores no profesionales, dota a sus imágenes de una desconcertante potencia, más visual que simbólica. Quizá por ello resulta, a la postre, tan antipática: porque Reygadas nos sugiere que, si hubiera querido, habría podido hacer una buena película; pero quiso que fuera, en todos los sentidos de la palabra, mala. Y lo es. Pero a su modo.
  • En el cine actual, los géneros clásicos resultan más útiles cuanto más se corrompe el modelo original. A medio camino entre el drama, el cine de denuncia social, el thriller político y el cine negro (por la fotografía, el retrato de la corrupción y el personaje femenino en su último tramo), “Mariposas negras” es un eficaz, creíble, minucioso y duro retrato no sólo de una venganza, sino también de la corrupción que asoló Perú durante el mandato en la sombra del siniestro videoaficionado Montesinos. A ello contribuyen las excelentes interpretaciones de Urbina, en un papel muy complejo, y de Frayssinet, espléndida en su encarnación de madame lesbiana. Recomendable.
  • Crónicas (2004)
    Interesante adaptación a la realidad latinoamericana del típico thriller basado en un asesino en serie psicológicamente complejo, “Crónicas” dialoga con brillantez con su modelo hollywoodiense: lo sigue en las formas y en las relaciones entre los protagonistas, pero lo cuestiona en su implacable tratamiento de los medios de comunicación y, sobre todo, en su desenlace (y aún más en el original desechado). Con uno de los comienzos más impactantes del cine reciente, su desarrollo resulta por desgracia algo repetitivo, aunque nunca llega a perderse la tensión. Buenas interpretaciones a cargo un cásting más sensato de lo que pudiera parecer a simple vista, con especial atención a la espeluznante recreación de Damián Alcázar.
  • "La condición humana" está compuesta por tres películas, cada una de ellas dividida a su vez en dos partes de unos cien minutos cada una: casi diez horas en total. El primer film nos presenta a Kaji, su protagonista, intentando poner en práctica su ideología humanista (y a la vez evitar la llamada a filas en plena II Guerra Mundial) en un campo de prisioneros chinos, cuyas condiciones de vida intentará mejorar al comprobar que son tratados como esclavos por los japoneses. Sorprendentemente occidental en el desarrollo de la acción, el tratamiento de los personajes, el tono melodramático y el uso de la música, la película resulta, pese a su larga duración, absorbente y emotiva; gracias, sobre todo, a una magnífica dirección basada en el rodaje en profundidad y en largos planos picados y contrapicados, en los que aflora la tensión entre las figuras humanas y los desolados escenarios naturales. Épica, lírica y dramática a partes iguales.
  • Casi nada en esta “opera prima” presagia que su creador habría de convertirse en uno de los renovadores esenciales del cine americano de género durante los años sesenta y setenta, y por extensión de todo el cine de acción posterior; quizá, tan solo, cierta aureola romántica y fatalista que rodea a los protagonistas de este peculiar western de itinerario. Con una dirección absolutamente televisiva, un montaje infame -gentileza de la productora-, una música desconcertante y un reparto desganado, en el que entristece encontrar (incluso cantando) a la siempre eficaz O’Hara, “Compañeros mortales” es, sencillamente, una mala película. Lo sorprendente es que la firme el autor de “Grupo salvaje” y “Quiero la cabeza de Alfredo García”, por citar sólo dos de sus obras mayores. Recomendable solo para comprobar que hasta los maestros comenzaron haciendo alguna chapuza.
  • Costa-Gavras fue, junto con Pontecorvo, uno de los cineastas de la Europa Occidental empeñados en recordarle al mundo durante los años sesenta y setenta que el cine tenía no ya conciencia social, sino –lo que es mucho más comprometido, en todos los sentidos- también política. “Estado de sitio”, en torno a las acciones del movimiento Tupamaro en Uruguay, es un buen ejemplo de este “cine de denuncia”, en las antípodas del efectismo y la sensiblería tan habituales hoy en obras que se arrogan ese título: narración ágil con ribetes de película de suspense, desdramatización de la acción por medio de abruptas elipsis y un tono cercano al documental, y estilo seco pero contundente. Montand está tan creíble que acabamos perdonándole al director que todos en la película, uruguayos y estadounidenses, hablen sólo en francés. Impecable, eso sí. Très intéressant.
  • Puede que Fassbinder parezca carne de Filmoteca, todo tan teatral y tan melodramático, pero quien se atreva a revisitar joyas como “Todos nos llamamos Alí” –pésima traducción del magnífico “El miedo se come el alma” original- se encontrará con el sentido último del cine: retratar sin concesiones nuestros miedos, nuestros sueños, nuestras miserias y nuestros compromisos con eso tan extraño que se llama realidad. Brutalmente sincera y enternecedora. Parafraseando a otro genio heterodoxo, Aki Kaurismäki, “hay más ideas en una secuencia de Fassbinder que en toda la filmografía de uno de esos modernos gafapasta”.
  • La segunda parte de "La condición humana" muy bien podría haber servido de inspiración a Kubrick para "La chaqueta metálica". La parte central muestra la brutalidad de la formación militar (con "Recluta Patoso" incluido), mientras el final subraya la brutalidad de la guerra. Esta última está retratada con poca imaginación y cierta ingenuidad, y quizá no haya envejecido bien; pero la insobornable reivindicación de la dignidad humana por parte de su protagonista -coqueteo con el comunismo incluido- en el seno de una institución vertebrada por la violencia, sigue emocionando como el día del estreno.
  • La última película de la trilogía "La condición humana" es quizá también la mejor. Kaji y lo que queda de su compañía emprenden un extenuante viaje hacia el sur, en el curso del cual se tendrán que enfrentar a los enemigos rusos y chinos, pero también a sus propios compatriotas, ya sean soldados desnortados por la derrota o civiles resentidos con el ejército. Como siempre, el viaje físico es también un viaje interior, en el curso del cual el desencanto del comunismo y la denuncia de la violencia y el orgullo japonés son solo parte del proceso mucho más amplio que experimenta su recto protagonista: la progresiva pérdida de fe en la naturaleza humana, incluida la suya propia. Finalmente, el único motor de su penosa existencia acabará siendo el deseo de reencontrarse con su esposa. Si la primera mitad se apoya en una estética arriesgada, marcada por los planos holandeses, los congelados y la voz en off, la segunda vuelve a un cierto clasicismo para subrayar el tono épico y dramático del relato. Un bello final cierra una de las más sólidas, profundas y emotivas muestras de humanismo cinematográfico, que por momentos coloca a su autor a la altura de Kurosawa, Renoir o Ray.
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