Todo está en su sitio. Nada es impostado. Hay películas que parecen moverse sobre un hilo fino, que te enreda suavemente hasta que no te deja escapar. Obras que pueden tomarse el gusto de hacer de la anticipación una recompensa en sí misma, pero que exigen un mínimo de paciencia, aquella que solo las obras más bellas merecen recibir. Y no he visto otra película este año que merezca tanto ese calificativo.

'Retrato de una Mujer en Llamas' se toma su tiempo para arrastrarnos. Cada minuto de su recorrido transcurre sutilmente y silencioso, y sin darnos cuenta pasamos de un inicio frío y distante al calor y melancolía de un final que deja huella.

Celine Sciamma ha creado una obra con voluntad de perdurar y ganas de inspirar, que es tan viva como pausada y tan imponente como reflexiva. Noémie Merlant y Adéle Haenel cargan a sus espaldas con nuestras conciencias, sus diálogos y silencios haciéndonos sentir testigos de algo íntimo y muy especial.

Cada movimiento, gesto, mirada y sonrisa componen no solo un duelo interpretativo magistral, sino también un in crescendo narrativo de una precisión y delicadeza que hacen de la película un relato que conmueve como la poesía. La música que oímos la componen los sonidos del viento sobre las olas y el pincel sobre el lienzo. Apropiado en una película que habla tanto del amor como del arte y lo que lo inspira en cada uno de sus planos.

La mirada comprensiva de Sciamma nos regala momentos exquisitos que se van superando uno tras otro para completar un cuadro depurado y completísimo. Es comprensible que un guión tan cuidado a la par que lírico se hiciese con su galardón en el festival de Cannes.

Cuando salimos de ver 'Retrato de una Mujer en Llamas' nos inunda una perplejidad indescriptible. No quedan palabras, solo admiración la maestría con la que se ha descubierto un mundo ante nuestros ojos, al que irremediablemente no podemos volver. Estamos ante una película que inspira y hechiza durante dos horas agridulces que permanecerán en la memoria.