Las películas de Takashi Miike pueden tener el común denominador de mostrar siempre, de forma más o menos explícita,los horrores que se pueden hallar escondidos en lo profundo de ese armario llamado mente humana. Hasta ahora, lo que más me gustaba de este director era su capacidad de sorpresa, sea a través de marcianadas como Sukiyaki western Django, o bien por los tortuosos giros hacia lo macabro que mostraba en sus historias cotidianas.

Por eso mismo este "Visitor Q" viene a demostrar que no hay absolutamente nada detrás que no sea el placer de mostrar las imágenes más aberrantes, bizarras, degradantes y desagradables posibles. Y todo porque Miike ha demostrado que, cuando quiere, sabe contar una historia, y por desgracia este no es el caso.

No sé sí la pretensión de mostrar la descomposición de los valores familiares y hacer una crítica a una juventud nihilista y decadente era la intención del director o la teoría de unos críticos muy resabidos con ansias de vender la moto intelectual una vez más, pero sea una cosa o sea otra la cuestión es que como película denuncia o bien como comedia negra la película no funciona.

Basicamente porque ver prostitución infantil incestuosa, bullying coprofágico, maltratos psicológicos y físicos, asesinatos, violaciones anales colectivas con un micro, drogodependencias, violencia gratuita, sadomasoquismo, necrofilia y muchas otras aberraciones no hace ni puta gracia, y menos cuando nunca hay un tono paródico y sí una filmación de estilo amateur que pretende precisamente crear un ambiente de veracidad y grima.

Éste es el único acierto real del film, su capacidad de crear un ambiente malsano, mérito que no es tanto por cuanto no funciona de forma sutil si no a base de acumulación de aberraciones. Una película pues que sólo cabe calificar o bien como producto de una mente enferma o bien de las ganas del director de jugar con el espectador y escandalizarlo sin más.

Lo mejor: Nada.
Lo peor: Que encima de desagradable se le presuma filosofía.